Las cartas de comunión
0:00
Cuando un cristiano salía de viaje, recibía de su obispo una carta de recomendación, una especie de salvaconducto, en virtud del cual siempre que llegaba a una comunidad de fieles, era acogido amistosamente y alojado de balde. Esta institución, cuyo origen se remonta a la época apostólica, no era sólo ventajosa para los seglares, por ejemplo los comerciantes cristianos, sino también para los obispos. Sin grandes dispendios podían enviar mensajeros y cartas a todas las partes del Imperio. Sólo así se explica la activísima correspondencia que los prelados sostenían entre sí. Estos salvoconductos eran conocidos con el nombre de cartas de comunión o cartas de paz, pues acreditaban que el viajero pertenecía a la comunión y, por consiguiente, podía recibir la eucaristía. A menudo se las llama también, sucintamente, tesserae, palabra usada aun hoy en italiano para indicar toda clase de contraseñas o cédulas de identidad. De ahí que Tertuliano llame al sistema entero Contesseratio hospitalitatis, la «cédula de hospitalidad».
La importancia de dicha institución no se limitaba a la vida civil, con todo y ser en ésta tan grande que Juliano el Apóstata pretendía introducirla en su «iglesia» pagana, sino que constituía además un instrumento de gran peso para la comunión eclesiástica. Cada obispo, o al menos cada iglesia de alguna importancia, debía tener una lista de todos los obispos que pertenecían a la comunión. Esta lista servía para extender los salvoconductos de los que salían de viaje y para controlar los papeles presentados por los forasteros. Podemos observar, también, que todos los cambios de los obispos eran comunicados a las restantes iglesias, y que los prelados, cuando surgía una herejía o un cisma, enviaban listas completas de los obispos excomulgados.
Cuando, a principios del siglo III, el papa Ceferino excluyó de la comunión a los montanistas, lo hizo por el procedimiento, como relata Tertuliano, de «revocar las cartas de paz ya emitidas», o sea, borró las comunidades montanistas de la lista de las iglesias ortodoxas, pertenecientes a la comunión. Todavía a principios del siglo V, para convencer a los donatistas africanos, que negaban su condición de cismáticos, san Agustín les invitaba a enviar cartas de paz a las principales iglesias de otras regiones, sabiendo muy bien que no les serían admitidas. En el año 375 escribe san Basilio a la comunidad de Neocesarea, que se había pasado al arrianismo, y dice, después de enumerarle casi todas las ciudades del mapa: «Todas éstas nos envían cartas y admiten las nuestras. Por ello podéis ver que todos estamos concordes. Por consiguiente, quien rechaza nuestra comunión, se separa de la Iglesia entera. ¡Considerad bien, hermanos, con quién estáis aún en comunión!»
La importancia de dicha institución no se limitaba a la vida civil, con todo y ser en ésta tan grande que Juliano el Apóstata pretendía introducirla en su «iglesia» pagana, sino que constituía además un instrumento de gran peso para la comunión eclesiástica. Cada obispo, o al menos cada iglesia de alguna importancia, debía tener una lista de todos los obispos que pertenecían a la comunión. Esta lista servía para extender los salvoconductos de los que salían de viaje y para controlar los papeles presentados por los forasteros. Podemos observar, también, que todos los cambios de los obispos eran comunicados a las restantes iglesias, y que los prelados, cuando surgía una herejía o un cisma, enviaban listas completas de los obispos excomulgados.
Cuando, a principios del siglo III, el papa Ceferino excluyó de la comunión a los montanistas, lo hizo por el procedimiento, como relata Tertuliano, de «revocar las cartas de paz ya emitidas», o sea, borró las comunidades montanistas de la lista de las iglesias ortodoxas, pertenecientes a la comunión. Todavía a principios del siglo V, para convencer a los donatistas africanos, que negaban su condición de cismáticos, san Agustín les invitaba a enviar cartas de paz a las principales iglesias de otras regiones, sabiendo muy bien que no les serían admitidas. En el año 375 escribe san Basilio a la comunidad de Neocesarea, que se había pasado al arrianismo, y dice, después de enumerarle casi todas las ciudades del mapa: «Todas éstas nos envían cartas y admiten las nuestras. Por ello podéis ver que todos estamos concordes. Por consiguiente, quien rechaza nuestra comunión, se separa de la Iglesia entera. ¡Considerad bien, hermanos, con quién estáis aún en comunión!»
0 comentarios