Sin duda alguna, se nos dice, la Biblia comienza con dos relatos de la creación, compuestos en fechas diferentes; el primero, en el orden de la presentación al lector, hacia 550 años antes de Cristo, el segundo cuatro siglos antes, los cuales hoy en día pasan por ‘legendarios’. Son textos sin ambición histórica o científica.

Según algunos enciclopedistas religiosos, la doble evocación bíblica de la creación del mundo es 4un relato de una poesía ingenua, sin otra pretensión que la de dar, con imágenes concretas, una respuesta a las preguntas fundamentales, tales como ‘de dónde vienen, el hombre, y los males que lo aquejan’, etc. Se trata, por lo tanto, de un poema, de una fábula instructiva que deja el campo libre da concepciones menos ingenuas sobre el origen y el destino de los seres humanos.

Sin embargo, la Biblia o es o no es un libro inspirado. Si lo es, la poesía agrega algo, sin quitar nada a su veracidad.

Se observan, en determinado modo de hablar de la poesía, los rastros de un viejo desprecio, de alguna manera industrial, para con las actividades aparentemente improductivas e incontrolables de la mente.

No obstante, basta con tener en cuenta, o acordarse, de que la palabra “poema” viene de un verbo griego que significa “hacer” para comprender que la poesía es exactamente el lenguaje que conviene a la creación, la cual es, en su totalidad, un inmenso poema inconcluso al que cada uno de nosotros está llamado a agregar una línea, una palabra, una sílaba o una letra. Se puede incluso afirmar que no hay absolutamente ningún modo de expresión que sea igualmente apropiado para referirse a la obra de Dios.

En lugar de enorgullecemos de una ciencia que en verdad no poseemos, dado que todo nuestro saber es incapaz de responder a las “preguntas fundamentales” que nos planteamos desde el comienzo del mundo, deberíamos agradecer a Dios el hablarnos en ese lenguaje de la poesía, por único que sea, por la gracia de su suprema caridad, acordada al mismo tiempo a nuestras débiles fuerzas y a los deseos más elevados de nuestro espíritu.