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Un minuto con Dios

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La verdad y la mentira se parecen poco; más bien son contrarias en todos sus aspectos.

La mentira suele ser más bonita y suena mejor a nuestros oídos; es más atrayente, más halagadora; si te dicen que eres sabio, que eres bueno, que eres simpá­tico y cosas por el estilo, indudablemente te halaga, te suena bien, pero quizá no sea tan cierto y en conse­cuencia no te hará bien, no te ayudará a tu perfeccio­namiento; al contrario, podrá ser un obstáculo para el mismo, pues llegarás a creer que lo que te dicen es ver­dad y en consecuencia ya no pondrás mayores esfuerzos por mejorarte.

Pero cuando te dicen la verdad suele ser bastante desagradable, poco atrayente, amarga, humillante; de todos modos, una vez que ha pasado el primer mo­mento de desagrado, si te pones a pensar con detención verás que es más productivo hacerte caer en la cuenta de todo lo que te falta para llegar a la perfección, pues así, conociendo cómo eres de veras, podrás estimularte a ser mejor.

No mires, pues, lo bonito de la mentira o de la adu­lación; fíjate, mejor, en lo austero de la verdad.

“Detestas a todos los agentes del mal, pierdes a los mentirosos” (Salmo 5, 6).

“Proponte no decir mentira alguna; que persistir en ello no lleva a nada bueno” (Eccli, 7,13).

Has de ser noble y recto contigo mismo y con los demás.

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