Un minuto con Dios

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Todos consideramos como una verdadera alabanza el que digan de nosotros que tenemos mucha personalidad.

Ahora bien, la propia personalidad no se forma sino con el dominio de sí mismo, con el acero de la voluntad, que sabe negarse muchas cosas y ser fiel a otras. No traicionar la propia conciencia, que es lo mismo que no traicionar a Dios.

Por el contrario, se considera como un bajo insulto el que nos digan que somos “cobardes”; pero resulta que para adquirir una personalidad propia es imprescindible el valor; el valor que sepa decir que sí cuando hay que decirlo, pero no titubee en decir que no cuando no se pueda decir que sí.

Ser valiente, ser cobarde; tener personalidad, no tenerla.

Es la voluntad la que deberá regirnos; pero esa voluntad debe ser iluminada por el entendimiento y por la gracia del Señor; deberemos pedir esa luz y esa fuerza y con ellas lanzarnos a las cumbres sin titubeos, sin miedos, sin angustias de ninguna clase.

Si tenemos conciencia de que somos hijos de Dios, esa conciencia deberá regir todos nuestros actos.

“Corresponde ahora el bautismo que os salva, y que no consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en pedir a Dios una buena conciencia por medio de la resurrección de Jesucristo” (I Pe, 3, 21).

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