Un minuto con Dios
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Cuando nacemos, no somos todavía del todo hombres, al menos no somos los hombres que debemos ser, que luego llegaremos a ser.
Tenemos dos nacimientos. ¿Cuándo es nuestro se-undo nacimiento? Cuando llegamos a tomar conciencia, no de lo que somos, sino de lo que debemos llegar a ser; no de lo que deseamos, sino de lo que debemos desear llegar a ser.
Al fin y al cabo, el hombre se hace a medida que va haciendo, que se va esforzando por ser lo que debe ser; si el joven es el producto del niño, el hombre es el producto del joven; en ese sentido el líiño es el padre del hombre.
No nos hacemos viejos cuando ya hemos vivido cierto número de años, sino cuando vamos perdiendo el entusiasmo de nuestro ideal.
Santos llegaron a ser, no los que comenzaron, sino los que continuaron y continuaron continuando; los que nunca se cansaron de continuar.
De poco te servirá entregarte al servicio de Dios si no perseveras en él, si te encuentras con Cristo, pero luego te alejas de El. El encuentro ha de ser definitivo, para ya nunca volverse a separar.
“Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de los Cielos” (Lucas, 9, 62).
Tenemos dos nacimientos. ¿Cuándo es nuestro se-undo nacimiento? Cuando llegamos a tomar conciencia, no de lo que somos, sino de lo que debemos llegar a ser; no de lo que deseamos, sino de lo que debemos desear llegar a ser.
Al fin y al cabo, el hombre se hace a medida que va haciendo, que se va esforzando por ser lo que debe ser; si el joven es el producto del niño, el hombre es el producto del joven; en ese sentido el líiño es el padre del hombre.
No nos hacemos viejos cuando ya hemos vivido cierto número de años, sino cuando vamos perdiendo el entusiasmo de nuestro ideal.
Santos llegaron a ser, no los que comenzaron, sino los que continuaron y continuaron continuando; los que nunca se cansaron de continuar.
De poco te servirá entregarte al servicio de Dios si no perseveras en él, si te encuentras con Cristo, pero luego te alejas de El. El encuentro ha de ser definitivo, para ya nunca volverse a separar.
“Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de los Cielos” (Lucas, 9, 62).
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