Un minuto con Dios
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Hay una vida alegre; una vida en la que todo sale bien y en la que gozamos de todos y de todo.
Una vida llena de optimismo, de éxitos, de nuevos planes que se llevan a cabo; una vida de ilusiones realizadas; una vida de paz y de comprensión con los propios y los ajenos.
Y hay también una vida de dolor; una vida en la que la enfermedad nuestra muerde nuestras carnes; una vida en la que la enfermedad de alguno de los nuestros aprieta nuestro corazón; una vida de dificultades y de fracasos, de pobreza y de falta de trabajo, de incomprensiones y dificultades, de lágrimas y angustias, de sentida soledad.
Pero también puede haber una vida que sea la suma de las dos anteriores, vale decir: una vida que no sea solamente de alegría o de dolor, sino que llegue a ser de alegría en el dolor; la alegría y el dolor probablemente te vendrán de Dios, pero el hacer de tu vida una vida de alegría en el dolor dependerá exclusivamente de ti.
Pero eso no lo lograrás si no miras el dolor en la cruz; la cruz sin Cristo se torna insoportable; el Cristo en la cruz la hace llevadera.
“Con Cristo estoy crucificado y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal, 2, 19-20).
“Dios me libre de gloriarme, sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mi un crucificado y yo un crucificado para el mundo” (Gal 6,14).
Lo dice este cantar:
En nuestros hogares tendrá la gracia residencia,
y en el trabajo y en la escuela repartiremos nuestros colores;
y estando alegres, renovaremos los corazones,
hasta acabar en el cielo.
Una vida llena de optimismo, de éxitos, de nuevos planes que se llevan a cabo; una vida de ilusiones realizadas; una vida de paz y de comprensión con los propios y los ajenos.
Y hay también una vida de dolor; una vida en la que la enfermedad nuestra muerde nuestras carnes; una vida en la que la enfermedad de alguno de los nuestros aprieta nuestro corazón; una vida de dificultades y de fracasos, de pobreza y de falta de trabajo, de incomprensiones y dificultades, de lágrimas y angustias, de sentida soledad.
Pero también puede haber una vida que sea la suma de las dos anteriores, vale decir: una vida que no sea solamente de alegría o de dolor, sino que llegue a ser de alegría en el dolor; la alegría y el dolor probablemente te vendrán de Dios, pero el hacer de tu vida una vida de alegría en el dolor dependerá exclusivamente de ti.
Pero eso no lo lograrás si no miras el dolor en la cruz; la cruz sin Cristo se torna insoportable; el Cristo en la cruz la hace llevadera.
“Con Cristo estoy crucificado y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal, 2, 19-20).
“Dios me libre de gloriarme, sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mi un crucificado y yo un crucificado para el mundo” (Gal 6,14).
Lo dice este cantar:
En nuestros hogares tendrá la gracia residencia,
y en el trabajo y en la escuela repartiremos nuestros colores;
y estando alegres, renovaremos los corazones,
hasta acabar en el cielo.
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