Un minuto con Dios

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Tú te fías de todos y, con no poca frecuencia, te ves desilusionado; otros no se fían de nadie y viven en un continuo sobresalto; habrá que buscar un justo equi­librio.

El equilibrio consistirá en fiarse de aquellos que han merecido tu confianza, de los que, estás moralmente seguro, no recibirás una infidelidad.

Pero mira que los demás también observarán con­tigo esta misma norma: se fiarán de ti, siempre y cuan­do tú merezcas que ellos se fíen de ti, depositen en ti su confianza; esa confianza hay que saberla ganar y conservar.

Perder la confianza de los demás, puede llegar a constituir para ti un verdadero trauma; perder tú la confianza que tienes en los otros, puede producirte no pocos sinsabores; tú recogerás lo que siembres, te darán lo que des, recibirás lo que merezcas.

Y si en algún caso no eres correspondido, siempre te quedará la satisfacción de haber sido como debías ser.

Antes que en nadie, debemos poner nuestra total y adherente confianza en el Señor, pues sabemos que El nunca nos va a fallar.

“Acerquémonos confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno” (Heb, 4,16).

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