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Un minuto con Dios

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Sería desastroso confundir “comunión” con “comu­nismo”.

El comunismo hace camaradas; la política podrá llegar a agrupar compañeros; solamente la comunión humana es la que hace verdaderos hermanos; y sola­mente la comunión con Cristo y en Cristo es la que vuelve a esos hermanos en hermanos en Cristo, autén­ticos cristianos.

La comunión supone una unión de ideales, de senti­mientos, de mentalidad, de meta final; la comunión es obra del entendimiento; pero es sobre todo el cora­zón el que se encarga de unir mentes, ideales, metas y sentimientos.

Comunión, común-unión, unión de todos en un solo fin, como estamos unidos1 en un mismo Bautismo, en una misma fe, en un mismo Señor y Padre celestial; es Dios el único que es capaz de ‘unir de esa forma tan íntima a los hombres.

Por eso, cuando los hombres pretenden unirse entre sí, prescindiendo de Dios, llegarán al comunismo, al compañerismo, a lo sumo a la unión humana, pero nunca a la verdadera fraternidad evangélica.
“No os olvidéis de hacer el bien de ayudaros mu­tuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios” (Heb, 13, 16).

Si, pues, deseo agradar al Señor, ya tengo señalada la norma de mi conducta: ayudar a los demás y ofrecer el sacrificio en común con mis her­manos; la oración en común.

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