Un minuto con Dios

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Te rebelas ante ate mundo dividido y enfrentado en el que circulan la droga de la indiferencia, el opio del placer, de la comodidad, la fiebre del dinero o del poder.

Ideologías irreconciliables, ambiciones encontradas.

Te asquean la mentira, el cinismo, los manejos tur­bios, la hipocresía; te atormenta la angustia de este mundo, historia tan sucia, tan cubierta de sangre y de odio, tan gastada en violencias y guerras cruentas.

Te sublevan la injusticia de los “justos”, la estupidez de los “prudentes”, la inoperancia de los “declamado­res”, la tiranía de los “liberadores”.

¿Y qué haces? ¿Comentarlo en el café, en las reuniones, en la calle, en la oficina?

El mundo seguirá igual. Quizá peor.

Al mundo no lo cambian los que lo critican, sino los que obran en él, los que se esfuerzan en volcar en él su generosidad, su entusiasmo, su entrega, su sacrificio.

“A unos, a los que vacilan, tratad de convencerlos; a otros, tratad de salvarlos, arrancándolos del juego; y a otros mostradles misericordia con cautela” (Judas, 22).

A todos hay que tratarlos con el máximo de caridad y comprensión.

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