Un minuto con Dios

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Pasó ya el tiempo en que se pensaba y afirmaba que entre ciencia y fe había una oposición irreconciliable; hoy se sabe que cada una tiene sus propios campos, sus cánones y sus categorías.

Pero la ciencia nos enseña cómo es el cielo, y la fe nos dice cómo se va al cielo.

La ciencia sirve al hom­bre de fe para reconocer la realidad temporal; la fe sirve al hombre de ciencia para iluminar esa realidad temporal, orientándola hacia lo eterno.

Debemos esforzarnos para, desde el interior de la ciencia, rescatar la verdad de la fe y, desde el alma de la fe, enriquecer las perspectivas de la ciencia.

El hombre de poca ciencia encuentra dificultades para llegar a la fe; el hombre de mucha dejada tiene despejado el camino para llegar a la fe.

El hombre de poca fe no se sentirá satisfecho con la ciencia; el hom­bre de mucha fe nunca tendrá miedot de la mucha ciencia.

“Si das acogida a mis palabras y guardas en tu me­moria mis mandatos, prestando tu oído a la sabiduría, inclinando tu corazón a la prudencia… entonces en­tenderás el temor de Yahvéh, y la ciencia de Dios encontrarás. Porque Yahvéh es el que da la sabiduría, de su boca nacen la ciencia y la prudencia” (Prov, 2, 1-6).

La verdadera sabiduría está en saber encontrar a Dios, en descubrirlo en todas las cosas y aconteci­mientos.

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