Un minuto con Dios

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En el universo hallamos un equilibrio; en el hombre sufrimos un desequilibrio.

El universo mantiene un equilibrio sujeto a las leyes señaladas por el Creador; sin ese equilibrio sobrevendría el caos y la autodestrucción, no sólo del mundo, sino también del mismo hombre.

El hombre, por el abuso de su libertad, puede alte­rar su equilibrio íntimo; de esa forma puede llegar a desorbitarse; el hombre altera el equilibrio; en lugar de ser hermano de todos los hombres y señor de todas las cosas, por su ambición y su egocentrismo quiere ser señor de los hombres y se hace esclavo de las cosas, que llegan a dominarle.

Así el hombre, por su afán de poseer, deja de esfor­zarse por ser; el hombre queda disminuido, sin iden­tidad propia.

Solamente volviendo a ocupar el puesto que Dios le señaló podrá restablecer el equilibrio.

“Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn, 8, 36).

“Si os mantenéis fieles a mi Pala­bra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn, 8, 31-32).

La Palabra del Señor será la luz que te ilumine y la norma que te guíe.

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