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Un minuto con Dios

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El afán desmedido de nuestro mundo por la libertad ha hecho que en muchos ambientes se vaya rechazando, ya por sistema, la autoridad; y esto no puede ser.

Se quiere desorbitar el campo sagrado y legítimo de la libertad personal, hasta provocar un desequilibrio funesto, convertido en claro ataque contra la autoridad, que rige y tutela el orden y el bien común.

Y en su lugar se da rienda suelta al libertinaje, que engendra el caos y la confusión, propios de la rebeldía perturbadora; la desobediencia ha colmado sus audacias, quizá también por la timidez de ciertos elementos dirigentes en cortar abusos, injusticias y escándalos de muy diversa índole.

La autoridad ha de ser mantenida, acatada y respetada por todos, pues sin ella la sociedad perdería su razón de ser y se desintegraría. La autoridad viene de Dios.

“No tendrías contra mi ningún poder, si no se te hubiera dado desde arriba” (Jn, 19, 11).

Dios es el único Señor y Dueño de los hombres; es El el que hace participar a algunos hombres de su poder y autoridad, para regir y gobernar a los otros hombres.

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