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Un minuto con Dios

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La vida es una mezcla continua de alegrías y de dolores, de éxitos y de fracasos, de mañanas llenas de luz y de noches cargadas de oscuridad.

Cuántos fracasos, cuántos apagones en la vida de todo hombre, aun en la vida de los héroes, ¡aun en la vida de los santos!

No hay que extrañarse, por lo tanto, de que también los tengamos nosotros, aunque no seamos ni lo uno, ni lo otro.

Pero esos héroes y esos santos se hicieron tales, por­que supieron armonizar y equilibrar esos momentos; ni se dejaron abatir por las tinieblas, ni se desubica­ron por la luz de los éxitos.

Eso, también tú lo puedes hacer; y, si lo puedes, lo debes.

Nunca te deslices por la cuneta de los vulgares pen­samientos y de las acciones innobles.

Deberás caminar siempre con los pies en el suelo; pero que tu corazón esté en el cielo.

Allá, en el tér­mino de tu camino, como estrella orientadora, fija tu ideal: hacerte cada vez mejor asemejándote a Dios.

“¿Quién dicen los hombres, que es el Hijo del Hombre? Ellos le dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; otros, que Jeremías o uno de los projetas. Diceles: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Simón Pedro le contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt, 16, 13-16).

Muchos y muchas veces te preguntarán, quién crees que es Cristo; ¿qué le vas a responder?

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