Un minuto con Dios

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Un sol radiante y una atmósfera limpia y acaricia­dora. Pero, en lugar de disfrutarla, corremos el riesgo de desperdiciarla si en nuestro corazón no hay paz.

Cuando no hay paz, hasta el sol parece desagradable y maligno; hasta la tranquilidad de la atmósfera mo­lesta y desagrada.

Un día de viento y de lluvia; pesado, molesto.

Pero teniendo paz en el corazón, podemos hacer que la lluvia deje de ser molesta y se convierta en canto y música; pegadas las narices contra el vidrio mojado y oyendo el tintineo de la lluvia, podemos hacer que sus gotas repiqueteen en nuestro corazón.

Quiere decir, que no son las cosas, sino que es el corazón el que pone en nosotros alegría o tristeza, opti­mismo o derrotismo, amargura o paz.

“Os exhorto, por el Señor, a que viváis de una ma­nera digna de la vocación con que habéis sido llama­dos” (Ef, 4, 1).

Indudablemente el Señor ha dado a cada uno su vocación personal, que debe cumplir; cada uno ha de ser fiel a esa vocación; si te ha llamado al apostolado, es inútil que vayas buscando otras for­mas de vida cristiana: no las hallarás.

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