Un minuto con Dios
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Un día comenzó a dolerte una muela, se te hinchó la cara y sentías como vergüenza de salir al trabajo con la cara desfigurada; como también te avergonzarías de salir a la calle con el vestido desgarrado o los zapatos rotos.
Sin embargo, deberías sentir mucha mayor vergüenza, no tanto por tu exterioridad, cuanto por tu interior; si tu interior está desarreglado, desordenado, trastornado, indudablemente tienes motivos más que suficientes para sentirte molesto y avergonzado.
El hombre es más interioridad, que apariencias; tú debes tener mucho más empeño e interés en que tu espíritu cultive las virtudes, que te harán hombre y santo, que no en que tu cabello se vea bien peinado, o que luzca bien tu corbata.
“Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día” (II Cor, 4, 16).
Es normal sentir, de cuando en cuando, desfallecimientos, cansancios, desalientos y aun deseos de dejarlo todo y dedicarse a la vida cómoda y no complicada; pero no debemos ceder a esas tentaciones, que ciertamente no proceden del Espíritu de Dios.
Sin embargo, deberías sentir mucha mayor vergüenza, no tanto por tu exterioridad, cuanto por tu interior; si tu interior está desarreglado, desordenado, trastornado, indudablemente tienes motivos más que suficientes para sentirte molesto y avergonzado.
El hombre es más interioridad, que apariencias; tú debes tener mucho más empeño e interés en que tu espíritu cultive las virtudes, que te harán hombre y santo, que no en que tu cabello se vea bien peinado, o que luzca bien tu corbata.
“Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día” (II Cor, 4, 16).
Es normal sentir, de cuando en cuando, desfallecimientos, cansancios, desalientos y aun deseos de dejarlo todo y dedicarse a la vida cómoda y no complicada; pero no debemos ceder a esas tentaciones, que ciertamente no proceden del Espíritu de Dios.
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