Un minuto con Dios:
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Es fácil caer en una angustia: en la de preocuparse en exceso de si me ven o no me ven, si me estiman o no me estiman, si me valoran o se olvidan de mí, si me corresponden o me dejan de corresponder.
No podemos hacer depender nuestra vida de los demás, por más que nuestra vida tenga su proyección en los demás.
Cada uno de nosotros tiene su propia conciencia y a esa conciencia le debe fidelidad; no podemos apartarnos de la ruta del bien y de la verdad, porque los que nos rodean reconozcan o dejen de reconocer nuestras aptitudes, interpreten bien o mal nuestras intenciones, acepten o rechacen nuestra colaboración.
Al fin, nosotros estamos obligados a poner nuestra acción; no estamos obligados a que los demás acepten nuestra acción.
“¿Qué hombre puede conocer la voluntad de Dios? ¿Quién hacerse idea de lo que el Señor quiere?… ¿Y quién hubiera conocido tu voluntad, si Tú no le hubieras dado la Sabiduría y no le hubieras enviado de lo alto tu Santo Espíritu” (Sab, 9, 13-17).
Tu devoción al Espíritu Santo, además de moverte a invocarlo al principio de todas tus obras, debe llevarte a recurrir a El en todo momento en que necesites luz o fuerza.
“Envia tu Espíritu, para darnos nueva vida, y renovarás la faz de la tierra” (Salmo 103, 30).
No podemos hacer depender nuestra vida de los demás, por más que nuestra vida tenga su proyección en los demás.
Cada uno de nosotros tiene su propia conciencia y a esa conciencia le debe fidelidad; no podemos apartarnos de la ruta del bien y de la verdad, porque los que nos rodean reconozcan o dejen de reconocer nuestras aptitudes, interpreten bien o mal nuestras intenciones, acepten o rechacen nuestra colaboración.
Al fin, nosotros estamos obligados a poner nuestra acción; no estamos obligados a que los demás acepten nuestra acción.
“¿Qué hombre puede conocer la voluntad de Dios? ¿Quién hacerse idea de lo que el Señor quiere?… ¿Y quién hubiera conocido tu voluntad, si Tú no le hubieras dado la Sabiduría y no le hubieras enviado de lo alto tu Santo Espíritu” (Sab, 9, 13-17).
Tu devoción al Espíritu Santo, además de moverte a invocarlo al principio de todas tus obras, debe llevarte a recurrir a El en todo momento en que necesites luz o fuerza.
“Envia tu Espíritu, para darnos nueva vida, y renovarás la faz de la tierra” (Salmo 103, 30).
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