¿Cómo se sabe que se ama?
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Sin embargo, en amor, la psicología no sirve para nada. Es un sentimiento que rio proviene de la tierra, donde vive como puede, y que resiste a todo análisis.
El joven al cual la muchacha acaba de confesar que se llama Cunegunda, y que murmura: “¡Oh, qué lindo nombre!”, puede considerarse como alcanzado por el dardo del amor. No es la resonancia merovingia del nombre lo que lo cautiva, o lo captura, sino el poder que esas cuatro sílabas tendrán en adelante para él de evocar a una persona única e irreemplazable.
Contrariamente a lo que podría permitir suponer el estado de las costumbres, es el alma apenas entrevista lo que sedujo en primer lugar, y esto lo saben muy bien los émulos del marqués de Sade, quienes se esfuerzan en desalojarla utilizando los medios más innobles, con la segunda intención contradictoria de destruirla y de probarse que no existe.
Si, como nosotros pensamos, el alma está primero, entonces el primer sentimiento será la admiración, que va invariablemente acompañada de un profundo respeto, lindante con la atonía, y no se admira nada sin sentir más o menos confusamente la necesidad de agradecer, de dar gracias.
Esta es la razón por la cual, aunque yo sepa perfectamente que el procedimiento inverso está generalizado y que lo común es que las personas se lancen a ciegas unas contra otras sin pasar por la menor fase contemplativa, les diré con tranquilidad que reconocerán el amor por ese signo que les indica con claridad que el ser que se encuentra frente a ustedes y que los seduce es, ante todo una obra maestra de Dios.
Y esta evidencia durará, cualesquiera que sean los golpes de la edad y de la vida, pues todo lo que un ser pierde en su lucha contra el tiempo, lo gana en eternidad. El amor verdadero es totalmente indestructible: ya se los dije, ese sentimiento no viene de la tierra.
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