Un minuto con Dios
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en un pesebre nació
un Niño pobre, muy pobre:
ese niño es Niño y Dios.
El hizo todas las cosas, cielos y tierra creó; de los tesoros del mundo El es Dueño y Señor. Pudo construirse un palacio de incalculable valor, superior en hermosura a los del rey Salomón.
Y ha nacido en un pesebre, impregnado del olor de las bestias que lo ocupan: estas bestias eran dos. Su santa Madre María llora de gozo y dolor al contemplar a su Hijo, dormidito en un cajón.
Su cuerpito mal cubierto, de frío se estremeció y en llanto desconsolado rompió su divina voz. Al oírlo se arrodilla la Madre del Niño Dios y le ofrece su cariño, su vida, su inmenso amor. Como la Virgen María, quiero yo darte, Señor, lo que de Ti he recibido: alma, vida y corazón.
“Cuando los ángeles, dejándolos, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado” (Lc, 2, 15).
Sí, Dios se nos ha manifestado, nos ha manifestado su amor y nos pide nuestro amor; no se lo neguemos.
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