Desde la atalaya de la soledad

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La propia experiencia y la historia, nos enseña que las personas tratamos de establecer vínculos afectivos, y el amor se muestra como uno de los temas más persistentes en las quimeras de los seres humanos. Pero también hay un sentimiento que está en la misma raíz de nuestra conciencia, y que nos acompaña siempre: desde el nacimiento a la muerte, afrontamos momentos de soledad. Y pudiera ser precisamente este radical desamparo el aspecto psicológico que nos lleva en ocasiones a vivir el amor como una necesidad porque al tomar conciencia de la soledad sentimos miedo, incertidumbre, desprotección ... y vamos aprendiendo que tal ánimo mejora con la proximidad de personas significativas. 

Si no somos capaces de ver la soledad como una condición propia de la persona y por lo tanto uno de los caminos de conocimiento, como todas las otras facetas de nuestra individualidad, cerramos la puerta interior donde queda encerrado aquello que nos sustenta y nos alejamos de las posibilidades que nos ofrece la observación desde la atalaya de la soledad, lugar privilegiado para mirar el paisaje de: 

La memoria: Capaz de reunir en nuestra mente, desde una personal mirada tantos momentos de nuestra vida, en un ramillete de recuerdos. 

El sentido de la propia identidad: Es cierto que podemos estancarnos en círculos sobre la arena de nuestro desierto interior, y hasta es fácil hundirnos en las penas, pero esas luchas internas nos dan la oportunidad de analizar nuestros propios sentimientos frente a algunos interrogantes esenciales. Rodeados de gente, algo del fervor interior y de la capacidad de análisis se pierde entre el tamiz de frivolidades. En soledad, hemos de prestar atención a los interrogantes que la experiencia suscita en nuestros corazones. 

Los temores y los recursos frente a ellos: Recientes investigaciones sobre la inteligencia emocional indican la importancia del conocimiento de los propios sentimientos, como punto de partida para la empatía que nos permita comprender a los demás. Día a día, aún acompañados y queridos, en soledad es donde hacemos frente a nuestros temores, comprendiendo que clase de ser humano somos y cuales son los recursos que disponemos para salir adelante.

El misterio, la divinidad, o alguna cualidad espiritual: En el fondo de nosotros mismos siempre se alberga el misterio acerca del origen y la finalidad de la vida, hay quien descubre un movimiento que contribuye al desarrollo del espíritu, a la formación del alma, según las particulares intuiciones religiosas, o como suele decirse hay quien percibe "ese algo de Dios en cada hombre". En cualquier caso, accedemos a la posibilidad de leer en nuestro fondo, los posos de la experiencia. 

Somos seres solitarios, aún cuando vivamos en una casa llena de gente. Nacemos solos, morimos solos, pero eso significa también tener garantizada la compañía de nosotros mismos, si aceptamos tal presencia, si la amamos, si exploramos en su conocimiento. Un proceso de madurez vinculado a nuestra humanidad, y quien sabe si el camino para encontrar la fuente de todas las existencias. Citando a John White: "Nos reconoceremos como individuos que a pesar de estar eternamente diferenciados de otros por la ilimitada diversidad de formas, comparten las bases de una unidad interior fundadora".

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