‘Dios’ es una palabra que las religiones utilizan cada vez que no tienen ya explicaciones, como los jugadores emplean su ‘comodín’ para completar una ‘trica’ o una escalera.

Cuando se nos pregunta por ejemplo ‘¿por qué existimos?’, responder ‘porque Dios lo quiso’, no hace más que suspender el problema sin resolverlo, y poner arbitrariamente un término al debate, un poco a la manera de esos niños que, en medio del juego, gritan ‘pido’ cuando se ven estrechados demasiado de cerca por sus camaradas de juego. Gracias a esta palabra mágica, la mente religiosa cree haber respondido a todo y finalmente no responde a nada”.

Sin embargo, Dios dice: “No pronunciarás en vano el nombre del Señor tu Dios”, lo cual significa al mismo tiempo que hay que cuidarse de los juramentos desconsiderados, y que la palabra “Dios” no está vacía de sentido.
De todas las ideas falsas, la más falsa es la que consiste en imaginar que la mente religiosa responde “Dios” para escapar a la pregunta “por qué existimos” cuando fue la primera y sigue siendo la única en plantearla.

Ella representa el despertar de esa mente, la cual es en nosotros una pura y exclusiva aptitud para lo absoluto y para lo eterno, que le hará negar todo lo demás hasta que por fin haya encontrado o vuelto a encontrar su lugar natural, Dios mismo, en quien toda pregunta se resuelve en la evidencia, y toda inquietud en la alegría.

Nuestra mente, nuestra pobre mente errante y fugaz sabe bien que el secreto de la naturaleza no está en la naturaleza, sino en ese ser que no es la respuesta, sino verdaderamente la causa de las preguntas que se plantea.