Satán, el Ángel caído
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Satán o el demonio, ese ángel caído, o cualquiera que sea el nombre que se le dé, no es invención de la Biblia judeo-cristiana. Si se acepta la enseñanza de la Iglesia, concerniente a la revelación continua que comenzó en la creación del hombre, se desprende naturalmente que la creencia en Satán tiene centenares de miles de años.
La fase más antigua de la civilización humana, la edad del cazador, dejó su huella en los primitivos oriundos del África Central, Australia y las Américas.
Cuando uno estudia esas civilizaciones a la luz de la investigación prehistórica y paleontológica, descubre que en muchos mitos religiosos de los indios americanos y de los pobladores del África Central, Satán está representado por un lobo.
Entre las tribus indias de California, Satán adopta la forma de un coyote, nombre que se da al lobo de las praderas.
Entre los primitivos de Ural-Altai, que hacían vida pastoral, la figura del demonio fue transformándose gradualmente, desde un fogoso caballo salvaje hasta una imagen antropomórfica. En un mito de los tártaros de Altai, Dios le dice a Erlik (nombre que ellos dan al demonio): “Bueno estás en pecado. Quisiste hacerme daño”.
“Te llamarán Erlik, y aquellas gentes que estén llenas de malos pensamientos serán tu pueblo; aquellas personas que sean buenas serán mi pueblo, y yo enviaré a mis ángeles para que los libren del mal y de la tentación”.
La palabra Satán proviene de la expresión “Chai-tan” del Asia Central. Los pueblos primitivos de esta región, que eran supersticiosos y practicaban la magia para alejar a los malos espíritus, creían en la existencia del Ser Supremo y en su bondad infinita, y consideraban a los ángeles o “espíritus protectores” enviados por el Dios Supremo, como el espíritu de los Sumos Sacerdotes, reencarnado en estos sublimes “mensajeros”.
La idea y figura de Satán tomaron una forma mucho más clara en la religión del profeta Zaratustra, fundador del mazdeísmo. Esta religión, floreció en Persia alrededor del año 600 a.C., estaba basada en la igualdad de los principios de bondad y maldad.
El principio del bien se llama Ormuz, y el del mal Ahriman, que significa espíritu atormentador. En el Avesta, el más antiguo de los libros sagrados de los persas, Ormuz y Ahriman son gemelos y ambos coexisten igualmente desde la eternidad.
Los demonios persas fueron así transmitidos al mundo cristiano a través de múltiples canales, pero, sobre todo a través del gnosticismo, este conjunto múltiple y polifónico de “herejías” que alcanzó su máxima expansión entre los siglos II y III y que perduró hasta el siglo XII con los cataros o albigenses del sur de Francia y los bogomilos de Bulgaria.
El nombre de diablo es el que tiene en Occidente una connotación más popular; la palabra demonio tiene un origen que alude a los daimones o acompañantes etéreos de los griegos que, por cierto, podían ser buenos, malos o neutros.
La fase más antigua de la civilización humana, la edad del cazador, dejó su huella en los primitivos oriundos del África Central, Australia y las Américas.
Cuando uno estudia esas civilizaciones a la luz de la investigación prehistórica y paleontológica, descubre que en muchos mitos religiosos de los indios americanos y de los pobladores del África Central, Satán está representado por un lobo.
Entre las tribus indias de California, Satán adopta la forma de un coyote, nombre que se da al lobo de las praderas.
Entre los primitivos de Ural-Altai, que hacían vida pastoral, la figura del demonio fue transformándose gradualmente, desde un fogoso caballo salvaje hasta una imagen antropomórfica. En un mito de los tártaros de Altai, Dios le dice a Erlik (nombre que ellos dan al demonio): “Bueno estás en pecado. Quisiste hacerme daño”.
“Te llamarán Erlik, y aquellas gentes que estén llenas de malos pensamientos serán tu pueblo; aquellas personas que sean buenas serán mi pueblo, y yo enviaré a mis ángeles para que los libren del mal y de la tentación”.
La palabra Satán proviene de la expresión “Chai-tan” del Asia Central. Los pueblos primitivos de esta región, que eran supersticiosos y practicaban la magia para alejar a los malos espíritus, creían en la existencia del Ser Supremo y en su bondad infinita, y consideraban a los ángeles o “espíritus protectores” enviados por el Dios Supremo, como el espíritu de los Sumos Sacerdotes, reencarnado en estos sublimes “mensajeros”.
La idea y figura de Satán tomaron una forma mucho más clara en la religión del profeta Zaratustra, fundador del mazdeísmo. Esta religión, floreció en Persia alrededor del año 600 a.C., estaba basada en la igualdad de los principios de bondad y maldad.
El principio del bien se llama Ormuz, y el del mal Ahriman, que significa espíritu atormentador. En el Avesta, el más antiguo de los libros sagrados de los persas, Ormuz y Ahriman son gemelos y ambos coexisten igualmente desde la eternidad.
Los demonios persas fueron así transmitidos al mundo cristiano a través de múltiples canales, pero, sobre todo a través del gnosticismo, este conjunto múltiple y polifónico de “herejías” que alcanzó su máxima expansión entre los siglos II y III y que perduró hasta el siglo XII con los cataros o albigenses del sur de Francia y los bogomilos de Bulgaria.
El nombre de diablo es el que tiene en Occidente una connotación más popular; la palabra demonio tiene un origen que alude a los daimones o acompañantes etéreos de los griegos que, por cierto, podían ser buenos, malos o neutros.
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