¿Son compatibles la ciencia y la fe?

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La historia parece demostrar que no lo son. Se conoce la célebre respuesta del sabio marqués de Laplace, teórico del determinismo integral: ‘¿Dios? Es una hipótesis de la cual no tengo necesidad’. Lo mismo ocurre para el conjunto de las ciencias, que avanzan sobre datos seguros y reconocidos, verificados por la experiencia y que excluyen toda intervención exterior a la naturaleza.

 Ese no es el caso de la fe que utiliza los datos no verificables de la Revelación, constituye en dogmas misterios que son desconcertantes para la razón, e invita a creer, a despecho de todo lo que puede incitar a dudar, como el mal, el sufrimiento, la muerte y lo que se podría llamar ‘la evidente ausencia de Dios. Además, la historia demuestra que los progresos del conocimiento restringen inexorablemente el terreno religioso, reducido hoy en día al territorio impreciso del sentimiento y de la moral. Cada vez que se descubre un secreto de la vida, la religión pierde un argumento.

Por lo tanto, se puede considerar que la ciencia y la fe son incompatibles”.
Sin embargo, las cosas cambiaron mucho desde comienzos del siglo. Numerosos científicos no vacilan hoy en declararse creyentes, y la fe no les parece en nada contraria al ejercicio de su vocación.

 Einstein mismo se rehusaba a pensar que “Dios jugaba a los dados con el universo” y se le debe esta curiosa fórmula, menos conocida que su famosa ecuación, menos rigurosamente construida también, pero reveladora: “La religión sin la ciencia sería ciega, la ciencia sin la religión sería renga”. La ciencia y la religión no son, por lo tanto, de ningún modo incompatibles, pueden muy bien coexistir en una misma mente.

Mas bien que “la ciencia”, sería mejor decir en adelante “las ciencias”, pues éstas tomaron, cada una en su terreno, un desarrollo que las aleja cada vez más a las unas de las otras, como los radios de una rueda. Se comunican cada vez menos entre sí, y nada parece capaz de unificarlas en un pensamiento global.

Oppenheimer, uno de los “inventores” de la bomba atómica, comparaba un día el inmenso edificio de los conocimientos modernos con una suerte de prisión con tabiques tan espesos que el diálogo de una celda a otra se había tornado imposible. Hay, sin embargo, un punto común entre las ciencias: todas ellas buscan la verdad subiendo de causa en causa, bajo el control de las matemáticas, hasta el origen de los fenómenos que se presentan a su examen.

La primera de sus virtudes es la humildad, sin la cual no descubrirían nunca nada. La religión, por su parte, se interesa menos en el origen de los seres que en su destino, le importa menos saber cómo está constituido el hombre, que saber cuál es su vocación.

Después de haberse preguntado “¿quiénes somos?” pregunta a la cual solamente Dios podría contestar, Paul Gauguin agregaba: “¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?” Las ciencias, o si se quiere para más comodidad, la ciencia, contestaría más bien a la primera pregunta, la religión a la segunda. Pero ambas son las dos alas de un mismo conocimiento, el cual no volaría muy lejos si se lo privara de una de ellas.

No solamente la ciencia y la religión no son incompatibles legal mente, sino que deberían estar estrechamente asociadas en la inteligencia humana, a fin de no privar a ésta de ninguna de las dos preguntas fundamentales que se le plantean, ese “cómo”, que deja con frecuencia vacilante a la religión, y ese “para qué” que algunos científicos insisten en eliminar de su vocabulario en lugar de pasar el resto de sus vidas tratando de responder a él.

Hay que señalar incidentalmente, cuando más se avanza en la investigación de las cosas, más se agrada su misterio. Una mujer que teje es siempre misteriosa por la combinación de presencia y de ausencia que caracteriza ese género de ocupación. Cuando se sabe que se trata en realidad de un conglomerado de partículas elementales asociadas en átomos, constituidos éstos en moléculas… tejiendo, el misterio toma proporciones cósmicas.

Es cuando las cosas están científicamente explicadas cuando más necesitan de la explicación religiosa.

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