Un minuto con Dios

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No busques amigos sin defectos, pues te quedarás toda la vida sin amigos; pero no busques los defectos en tus amigos, pues poco a poco te irán dejando y quedarás solo.

No ames a tus amigos porque no tienen defectos; ámalos aun a pesar de sus defectos; y, si quieres, áma­los precisamente por sus defectos, por cuanto el hecho de que tengan defectos quiere decir que son más hu­manos.

No pretendas exigir a tus amigos que sean mejores que tú; si ciertamente lo son, agradece y aprovecha sus ejemplos y su influencia bienhechora; si no lo son, respétalos y ofréceles tu ayuda para que se mejoren; pero con paciencia, con comprensión, con bondad, con sumo respeto a la personalidad de ellos.

No pretendas cambiar a tus amigos; déjalos que sean como Dios los ha hecho; pero no te preocupes si tú no eres como ellos; también tú tienes derecho de ser como Dios te hizo; eso sí, tanto ellos como tú habéis de ser “como Dios los hizo” y no como los deshizo el pecado de la soberbia y del egoísmo.

No conviene des­hacer la obra de Dios.

“El amigo fiel es seguro refugio; el que le encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene pre­cio; no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida. Los que terreen al Señor le encon­trarán (Ecli, 6, 14-16).

Tu grupo de amigos es algo que debes conservar, porque lo necesitan tú y ellos.

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