Un minuto con Dios

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Deberás esforzarte por ser valiente y por ser virtuoso; pero de poco te servirá ser una y otra cosa si no eres prudente.

Es que la prudencia rige los actos de todo el hombre, de toda la vida y todas las demás virtudes del hombre dejan de serlo, no bien dejen de ser regidas por la prudencia.

La valentía sin prudencia se convertirá en arrogancia; la virtud sin prudencia será ostentación, cuando no presunción.

La prudencia no reconoce excesos, no se extralimita nunca; sabe del justo equilibrio en todas las cosas y en todos los momentos.

Pero, ¡cuidado!, no confundas prudencia con timidez, con miedo, con no querer arriesgarse, porque entonces habrás caído en la cobardía y en ninguna parte habrás leído que la cobardía sea una virtud; como la prudencia nos aleja de la arrogancia, también nos aparta de la cobardía.

El apóstol ha de ser prudente, pero nunca tímido; con la prudencia de espíritu y no con la de la carne.

“Las tendencias de la carne son muerte; ñas las del espíritu, vida y paz… Si vivís según la carne: moriréis, pero si con el espíritu hacéis morii las o’*as del cuerpo, viviréis” (Rom, 8, 6-13).

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