Un minuto con Dios

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Cuando uno oree en Dios, forzosamente siente la necesidad de hablar con El; y hablar con Dios se llama “orar”.

El alma tiene necesidades tan urgentes como el cuerpo; tiene necesidad de orar; no es un lujo; cuan­to más abrumados estemos por el trabajo, tanto mayor será nuestra necesidad de ser aliviados.

Es necesario rehacer al hombre desde adentro; no nos equivocamos al descubrir en el mundo de hoy una profunda insatisfacción, una infelicidad exasperada, a causa de las falsas recetas de felicidad.

La oración es la fuerza de los hombres y la debilidad de Dios; se pretende vivir obedeciendo a Dios; pero es completamente ilógico pretender obedecerle sin comen­zar por escucharle.

De todos modos, tengamos presente que la oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho; y amar es algo que todos sabemos y pode­mos hacer.

“Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col, 4, 2).

Sabemos que nosotros solos nada podemos, pero con Cristo todo lo podemos; es preciso, por lo tanto, recabar la ayuda del Señor por medio de la oración.

El que se aparta de la oración no tardará en sentirse alejado de Dios.

“El que ora, se salva; el que no ora, se condena”, dice San Alfonso.

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