Fe y obras

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El capítulo 11 de la carta a los hebreos comienza con una perfecta declaración de lo que es la fe, dice: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.» Y en el versículo 6 de este mismo capítulo el escritor sagrado declara que: «Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que lo hay y que es galardonador de los que le buscan.»
Estas sencillas declaraciones de la Palabra de Dios contrastan totalmente con las afirmaciones especulativas de muchas religiones, y aun de muchas personas que no pertenecen a ninguna organización religiosa que dicen creer en Dios.

Las preguntas de muchos son: ¿Cómo podré alcanzar la salvación? O ¿qué debo hacer para ir al cielo? A Jesucristo también le dijeron: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?, a lo cual contestó: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios no, porque todas las cosas son posibles para Dios» (Mateo 19:26).

Pero las respuestas de las religiones inventadas por los hombres y los líderes religiosos contestan de esta manera a estos interrogantes: «Tienes que esforzarte a guardar los mandamientos de Dios, para que El esté contento contigo, y te salve», o «tienes que ser bueno y hacer buenas obras, y así podrás salvarte», también: «tienes que creer y hacer todo lo que dice la Iglesia, practicar la religión de todo corazón, y así alcanzarás el perdón de tus pecados», o «si eres bueno y haces buenas obras, Dios no te castigará, pero si eres malo sí». Todo esto son falacias, mentiras que llevan a millares de criaturas a la confusión perpetua. Nada hay en el hombre ni puede hacer nada por él mismo para salvarse; la salvación del alma no es por obras, sino el resultado de un acto de fe sincera en Dios. Es en este punto que se han enzarzado las discusiones más fuertes y polémicas conmociones en el seno de la Iglesia cristiana produciendo fuertes desvíos y proliferación de sectas con la consiguiente condenación de cada una de ellas.

¿Cómo se puede distinguir la verdadera religión de la falsa? Es muy sencillo para cualquier persona. La religión falsa es aquella que propugna que el hombre puede alcanzar la salvación por sí mismo en base a un esfuerzo personal, a las propias buenas obras o el cumplimiento de su religión, que sería algo así como el esfuerzo del hombre limitado, pueda hacer a su Creador y Señor del Universo deudor de la pobre y deleznable criatura.

Sin embargo, la religión verdadera es aquella que confiesa que Dios, en su infinita misericordia, ha alcanzado al hombre y le ha perdonado, estableciendo así una verdadera relación con su criatura o, dicho de otra forma, es el esfuerzo que Dios ha hecho para alcanzar al hombre, iluminándole para que éste sepa que la salvación viene de Dios y no de su propio esfuerzo. Podría hacer una lista de nombres de religiones e iglesias que cifran la esperanza de la salvación en las buenas obras y méritos propios. Pero creo que el lector avispado y perspicaz podrá descubrirlo por sí solo, ya que al escribir este librito de testimonio cristiano y defensa de la verdad, es con el fin de ayudar a encontrar la luz y paz a los que buscan de corazón la verdad, y no es el propósito de combatir a otras religiones, aunque de este esfuerzo resulte el desenmascarar a muchos falsos religiosos, hipócritas y pretendidos obreros de Dios, que son, en realidad, servidores del diablo y cáncer del alma de millones de criaturas que luchan y se sacrifican sinceramente por su religión, y viven a pesar de ese sacrificio, sin esperanza ni seguridad del perdón de sus pecados; y aquí cabe el dicho: «a buen entendedor pocas palabras bastan».

Generalmente, estas sectas del cristianismo antiguo y verdadero (pues por mucho que hayan crecido numéricamente, no son sino sectas apartadas del verdadero Evangelio) sacan algunos versículos de la Biblia fuera de su contexto natural, y forman así sus criterios y comentarios propios; pero un examen minucioso del tema con verdadera honradez puede demostrar la realidad de cuán confundidos están.

Casi siempre, ineludiblemente, citan a Santiago, capítulo 2, comenzando a leer en el versículo 14 hasta el 26, donde dice: «Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos y tienen necesidad del mantenimiento de cada día y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras es muerta en sí misma.

Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham, nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. Asimismo, también Rahaba, la ramera, ¿no fue justificada por obras cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.»

Esta sección de la Sagrada Escritura parece que apoya el pensamiento de que el hombre se salvará haciendo buenas obras. Pero Santiago lo que nos dice aquí es que todo aquel que se llama cristiano tiene que vivir como tal. Un cristiano, forzosamente, tiene que vivir haciendo las obras de Cristo, que son buenas como resultado de su fe genuina; así, si yo quiero justificarme delante de Dios, será por un acto de fe y confianza en lo que Él ha hecho por mí, al enviar a su Hijo Jesucristo a morir en el Calvario, descargando por su muerte mi conciencia de pecado. Así puedo descansar en su obra perfecta y en la fe que despierta en mí. Dios puede mirar el fondo de mi corazón y sabe si yo creo de yerdad o no, si mi fe es genuina o hipócrita. El sabe si yo tengo la fe auténtica y genuina en Jesucristo. Sin embargo, los prójimos que me rodean, familiares, amigos, vecinos, no pueden ver mi fe, ya que es un asunto totalmente subjetivo, perteneciendo a mi mente, a la experiencia de mi corazón. Si deseo justificarme delante de los hombres, es en vano que les diga, de palabra: «yo soy cristiano, soy un buen creyente», si esa afirmación no la demuestro obrando en consecuencia. Así que este pasaje de Santiago nos comunica que como creyentes tenemos que obrar de acuerdo a la fe que profesamos, para que los hombres puedan ver, de forma objetiva, nuestra fe, que es una experiencia totalmente subjetiva y espiritual. Muchos dicen que son cristianos, pero la realidad de las vidas que viven demuestra todo lo contrario; para éstos es que Santiago escribe su Epístola.

Muchos podrán pensar que esta interpretación de Santiago es personalista o arbitraria. Toda interpretación de la Biblia debe tener su firme apoyo en la propia Escritura, debe de coincidir con el pensamiento de Dios y no con el de los hombres, debe de engranar con las demás Escrituras Sagradas, y no con el montaje religioso en el que muchos buscan apoyo para pretender que el hombre se salva por las obras. No coincide con el pensamiento de Dios, y no se puede encontrar ni ensamblar con las otras Escrituras; además, esa interpretación de salvarse por las obras sólo sirve para esclavizar a las personas a un sistema religioso y a una constante incertidumbre de si la persona habrá obrado lo suficiente, y suficientemente bien para que Dios esté satisfecho con él.

La interpretación que yo hago aquí de Santiago la podemos ver en las Sagradas Escrituras y coincide con el pensamiento de Dios en cuanto a la salvación del hombre.

En la Epístola a los Efesios, en el capítulo 2, versos 8 al 10, leemos: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se glorie. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.» Está, pues, bien claro que la salvación es un don de Dios, es un regalo amoroso de Dios hacia una humanidad perdida y pecadora; dice claramente que no es por obras para que nadie se glorie. Y en el versículo 10 declara que por tener la naturaleza (el patrón o hechura de Cristo) el Hijo de Dios nos ha predispuesto para que hagamos buenas obras, pero no para salvarnos, porque ya somos salvos. ¡Somos salvos por la gracia de Dios! Qué portentosa maravilla, y ante tanta bondad divina, ante tanta alegría, gozo, esperanza y paz, ¿cómo no voy a obrar bien? Si no lo hiciera seria peor que un monstruo de siete cabezas, todas ellas malas.

Contemplando el sacrificio de Cristo en la Cruz, por causa de mis pecados y viendo su total entrega y amor por mí (al igual que por todas las criaturas) ¿Cómo podría hacer lo que sólo le agrada a El? San Pablo, en su Epístola a los Romanos, capítulo 4:2 al 8 dirá: «Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de que gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre, a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: «Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.»

Aquí se ve, otra vez con toda claridad, que si Abraham puede gloriarse de ser salvo por las obras, lo hará en conformidad a él mismo, pero no en conformidad a Dios, y además declara que al que obra no tiene gracia de Dios, sino que Dios está endeudado con él. ¿Cómo puede Dios estar endeudado con cualquiera de nosotros? Si El nos da la vida, la lluvia, el sol y todo lo que somos y tenemos, si acaso nosotros siempre estaríamos en déficit con Dios y no El con nosotros. Medita el versículo 4. Y si Dios nos da todas las cosas y nos ha dado a su Hijo Jesucristo, ¿cómo no nos dará también la salvación? (Romanos 8:28).

Pero la Sagrada Escritura aún ve más lejos, dice que al que no obra, pero cree al que justifica al impío, su fe le es contada por justicia, y sigue diciendo que hay hombres que son felicísimos, porque Dios les atribuye justicia sin obras. Aún no he encontrado a nadie que quiera ganarse la salvación por méritos propios, que esté seguro de haberlo conseguido o que se sienta feliz con su propia vida. Pero he encontrado a muchas de estas personas atribuladas, orgullosas espirituales o hipócritas, que encienden una vela a Dios y otra al diablo, con su actitud religiosa.

El apóstol San Pedro dirá: «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre dado a los hombres, bajo el cielo, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12). Nadie ni nada puede salvar al hombre de sus pecados, sino solamente en el nombre y los méritos de Jesucristo.

San Pablo, en la Epístola a Tito, dirá: «Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con los hombres nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.» Aquí se demuestra que la salvación se efectuó en el pasado. Está en pretérito, y esto ratifica que no es por las buenas obras que nosotros hubiésemos hecho, sino por la misericordia de Dios y su obra en favor nuestro.

Dios ha establecido de una vez por todas que justificará y perdonará a todo aquel que, arrepentido, crea de corazón que Jesucristo murió por él en la Cruz del Calvario.

La pura verdad es que, según la revelación que Dios da acerca de sí mismo y del hombre, nadie en el mundo podría salvarse por sí solo jamás. El hombre, en su condición caída, es un ser miserable y pecador a los ojos de Dios, y ambos lo saben; es por eso que Dios, a través de los tiempos, se ha ido mostrando a los hombres, para que éstos aprendieran a confiar en El, pues es el único que nos puede ayudar y sacar del pozo de la angustia, del hoyo de la perdición.
Una actitud semejante de no confiar en la persona y obra de Jesucristo para salvación, es uno de los sacrilegios más grandes del Universo y mil veces digno de condenación. La Palabra de Dios dice: «¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios y tuviere por inmunda la sangre del pacto, en el cual fue santificado, e hiciera afrenta al Espíritu de Gracia (Hebreos 10:29).
Tienes que arrepentirte ahora mismo, dejar las religiones de los hombres para vivir el Evangelio de Jesucristo. Deja tus propias filosofías o las de otros y cree en el mensaje de Dios; dile a Jesucristo que tú crees en su sacrificio, acéptale como tu suficiente y poderoso salvador, ríndete a Él, dile que entre en tu corazón y la paz de Dios vendrá a tu vida y comenzarás a disfrutar de esta gran salvacion.
Ponte en comunicación con nosotros, deseamos contarte más de cómo el Señor nos bendice y ayuda en el desarrollo de nuestra vida cristiana. Jesucristo vive, El está vivo y nos está ayudando a desarrollar esta preciosa salvación, y a que le conozcamos más profundamente cada día a El mismo.
Jesús te ama, El murió por, ti, te llama en esta hora, ven, cree, vive con El y Cristo nunca te defraudará.
Jesucristo te invita: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo» (Apocalipsis 3:20).

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