ANDRÉS Y LA EXPRIMIDORA

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ANDRÉS Y LA EXPRIMIDORA


Por POSY CUTLER


ANDRÉS estaba disfrutando mucho de su visita en la casa de la tía Elodia. En la granja había muchas cosas que hacer. Le gustaba ayudar al tío Enrique a atender las vacas y las gallinas, pero también le agradaba ayudar a la tía Elodia en la casa. La ayudaba a hacer las camas, a barrer los cuartos, y a lavar los platos. En los días de lavado, a Andrés le gustaba ir con la tía Elodia al subsuelo y observarla cuando separaba la ropa en grandes montones para ponerla en la lavadora.


Cuando la ropa se había lavado un buen rato, la tía Elodia la levantaba del agua jabonosa con un palo suave. Acercaba las prendas calientes a los rodillos de la exprimidora y éstas comenzaban a pasar. Los rodillos apretaban la ropa y le sacaban el agua. Eso era lo que más le gustaba a Andrés, cuando las prendas pasaban entre los rodillos y caían luego en una pileta llena de agua limpia para ser enjuagadas.
Casi cada vez Andrés le preguntaba a la tía:
-¿Puedo poner algunas prendas en la exprimiidora?
Pero ella siempre le contestaba:
-No, Andrés. Todavía no eres bastante grandde para hacerlo. Los rodillos podrían agarrarte la mano, y te lastimarían. Pero puedes ayudarme a enjuagar la ropa.
Andrés estaba seguro de que si él acercaba la ropa a los rodillos, éstos no le harían nada. Había observado cómo la tía Elodia lo hacía y no parecía un trabajo muy difícil. Pero ya que ella no se lo dejaba hacer, se contentaba con sacudir la ropa en el agua. Luego la tía la volvía a pasar por los rodillos para que cayera en otra pileta de agua limpia.
Entre los dos sacudían la ropa en el agua y luego, una vez más, ella la pasaba por la maravillosa exprimidora. Los rodillos daban vueltas y vueltas sacando el agua de las prendas. Esta vez la ropa caía en el cesto. Luego la tía Elodia la llevaba afuera al sol y la colgaba en la cuerda.
Cierto día, cuando la tía Elodia ponía la mejor camisa del tío Enrique entre los rodillos, sonó el teléfono.
-Oh, tendré que ir a atenderlo -dijo ella-.. Andrés, no toques nada mientras no estoy aquí.
Y subió corriendo las escaleras para ir a la cocina, sin detenerse a parar la máquina de lavar.
Andrés siguió enjuagando la ropa en la pileta. Le daría una sorpresa a la tía Elodia y tendría todo listo para pasarlo por la exprimidora cuando ella volviera.
De pronto se le ocurrió otra idea. "Se la voy a exprimir -se dijo-. Yo sé cómo hacerlo".
Miró la exprimidora. Los rodillos todavía estaban girando. Andrés levantó su propia camisa blanca y la acercó a ellos. Los rodillos parecieron arrancársela de las manos, y la camisa pasó y cayó al otro lado en la pileta con agua. ¡Qué divertido era! Tomó entonces el mejor delantal blanco de la tía Elodia.
Pero esta vez algo no anduvo bien. Andrés no dejó a tiempo el delantal y los rodillos le agarraron también los dedos.
-¡Ay! -gritó, tratando de retirar la mano. Pero la exprimidora siguió andando, y los rodillos comenzaron a apretarle la mano y luego el brazo. Como la exprimidora lo tiraba del brazo, perdió pie, y sintió como si le arrancaran el brazo.
-.jTía! -gritó-. ¡Tía!
La tía Elodia corrió escaleras abajo. Rápidamente levantó la palanca para aflojar los rodillos. Y luego fue retirando el brazo de Andrés a medida que la exprimidora se lo permitía. Andrés tenía desgarrada la piel de la parte de adentro del brazo, de manera que la tía Elodia lo llevó en seguida al médico.
Más tarde, mientras el doctor terminaba de vendar la mano y el brazo de Andrés, se volvió y lo miró muy serio.
-¿No te dijo alguien que no te acercaras a los rodillos? -le preguntó.
Andrés miró al suelo.
-La tía me lo dijo hoy mismo -admitió él. -Si yo fuera tú, la próxima vez que la tía me diera un buen consejo, lo escucharía -le dijo el doctor.
-Yo también lo haré -prometió Andrés.

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