La Vaquita
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Vivía en el Tibet, al borde de un acantilado, una familia muy pobre, cuya única fuente de ingresos era una triste vaquita, y los pocos frutos silvestres que recolectaban en cada época.
De esta manera sobrevivían a duras penas, el bueno de Yuan Tsi, su prudente mujer y dos preciosas niñas de apenas tres y cinco años.
La vaquita era el centro de los cuidados de Yuan. Ni con calor ni con frío, le faltaba al animal hierba fresca que comer: Yuan Tsi se ocupaba de buscarle un buen brazado por la mañana y otro al atardecer, aunque para ello a veces debía desplazarse varios kilómetros hasta encontrar el mejor pasto.
Un día, su hija pequeña enfermó gravemente. El hombre, desesperado, recurrió a un viejo sabio itinerante que había hecho noche en una casita de un poblado cercano.
El anciano accedió a visitarla y montando sobre su buey dejó que el preocupado padre lo guiara hasta su maltrecha casita de madera carcomida.
Mientras el sabio Lao-Tse inclinaba la cabeza de la preciosa niñita para darle a beber una curativa sopa de hierbas, su madre aplicaba sobre su frente paños para bajar la fiebre; Yuan rezó hasta el amanecer.
La niña estaba mucho mejor al día siguiente y Lao-Tse volvió a montar en su buey para partir.
Yuan Tsi se arrodilló ante el sabio para despedirlo y lo reverenció dándole infinitas gracias.
Entonces el anciano le habló duramente:
-Tu hija mejorará ahora, pero pronto ambas niñas enfermarán y morirán sin remedio. Sólo puedes hacer una cosa: despeña a la vaca por la ladera de la montaña. - y con estas palabras aún en sus labios, arreó al buey para partir.
Apesadumbrado, observó Yuan como se alejaba la figura del anciano sobre su extraña montura, dejándolo a él allí, con aquella terrible elección: Si mataba a su vaquita, ¿Cómo iban a sobrevivir los cuatro? Y si no lo hacía...
Después de hablarlo con su mujer y confiando en las palabras del sabio anciano, sacrificó al animal.
Dos años después, Lao-Tse volvió a pasar por la región y preguntó por la familia que vivía en el acantilado.
-Antes tenían una vaquita... pero murió. Entonces se vieron obligados a cultivar la tierra y plantar arroz. Han tenido buenas cosechas y les ha ido muy bien. Con el dinero del arroz, compraron varios animales el primer año y ahora están construyendo una nueva casa con ayuda de alguna gente del pueblo. Son muy felices.
De esta manera sobrevivían a duras penas, el bueno de Yuan Tsi, su prudente mujer y dos preciosas niñas de apenas tres y cinco años.
La vaquita era el centro de los cuidados de Yuan. Ni con calor ni con frío, le faltaba al animal hierba fresca que comer: Yuan Tsi se ocupaba de buscarle un buen brazado por la mañana y otro al atardecer, aunque para ello a veces debía desplazarse varios kilómetros hasta encontrar el mejor pasto.
Un día, su hija pequeña enfermó gravemente. El hombre, desesperado, recurrió a un viejo sabio itinerante que había hecho noche en una casita de un poblado cercano.
El anciano accedió a visitarla y montando sobre su buey dejó que el preocupado padre lo guiara hasta su maltrecha casita de madera carcomida.
Mientras el sabio Lao-Tse inclinaba la cabeza de la preciosa niñita para darle a beber una curativa sopa de hierbas, su madre aplicaba sobre su frente paños para bajar la fiebre; Yuan rezó hasta el amanecer.
La niña estaba mucho mejor al día siguiente y Lao-Tse volvió a montar en su buey para partir.
Yuan Tsi se arrodilló ante el sabio para despedirlo y lo reverenció dándole infinitas gracias.
Entonces el anciano le habló duramente:
-Tu hija mejorará ahora, pero pronto ambas niñas enfermarán y morirán sin remedio. Sólo puedes hacer una cosa: despeña a la vaca por la ladera de la montaña. - y con estas palabras aún en sus labios, arreó al buey para partir.
Apesadumbrado, observó Yuan como se alejaba la figura del anciano sobre su extraña montura, dejándolo a él allí, con aquella terrible elección: Si mataba a su vaquita, ¿Cómo iban a sobrevivir los cuatro? Y si no lo hacía...
Después de hablarlo con su mujer y confiando en las palabras del sabio anciano, sacrificó al animal.
Dos años después, Lao-Tse volvió a pasar por la región y preguntó por la familia que vivía en el acantilado.
-Antes tenían una vaquita... pero murió. Entonces se vieron obligados a cultivar la tierra y plantar arroz. Han tenido buenas cosechas y les ha ido muy bien. Con el dinero del arroz, compraron varios animales el primer año y ahora están construyendo una nueva casa con ayuda de alguna gente del pueblo. Son muy felices.
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