Dios y el granjero

2:20

Cuentan que hace años Dios decidió bajar a la Tierra, para percatarse de cómo andaban las cosas, viéndolas y sintiéndolas tan de cerca como los mismos hombres.

Decidió vestirse de blanco y entrevistarse con el hombre más inteligente de una comunidad de granjeros.

Los sabios de aquella región escogida dialogaron a fin de designar a uno de ellos para la gran entrevista, que se llevaría a cabo en la cima de la montaña más cercana.

Se eligió a un granjero viejo al cual le encargaron algunos cuestionamientos para ser planteados al Creador. Aquel viejo se armó de valor y se acercó a la luz blanca donde estaba Dios.

Con voz nerviosa empezó a decirle:
-Puede ser que seas Dios y que hayas creado este mundo. Probablemente has hecho todas las cosas bien, pero por lo que yo he aprendido en los campos, tú no sabes nada de agricultura; qué bueno que has bajado a la Tierra a enterarte, porque tienes cosas que aprender y rectificar.

-Con gusto me pongo a tu disposición –afirmó Dios-. Escucharé tus consejos y todo lo que señales me interesará.
-Yo creo –contestó el anciano- que hay muchos errores en eso de los ciclos de la luna, el sol y las estrellas; en lo referente a las tempestades y terremotos, pero para no abrumarte, los sabios de mi pueblo sugieren que nos des el tiempo de un año, y permitas que las cosas se hagan a nuestra manera. Veremos lo que pasa, estamos seguros de que al corregir eso, nadie en el pueblo padecerá pobreza.

-¿Qué es lo que piden? –preguntó el Altísimo.
-Que en estos doce meses no queremos truenos, ni nubarrones, mucho menos ventarrones, ni plagas para las cosechas, ni demasiado calor. Queremos que todo sea confortable para la tierra, perfecto para el trigo, los viñedos y las flores.

Dios estuvo de acuerdo con las peticiones y condiciones del granjero. Se fueron cumpliendo una a una. Todo fue confortable, cómodo, a favor; el sol cálido, la lluvia dulce y mansa, todas las cosas eran lógicas y perfectas, el trigo y las plantas crecían mucho más que en años anteriores.

Al término del plazo, Dios se presentó en los campos del granjero. Este orgullosamente le dijo:
-Mira, Señor, ¡Cómo van de bien las siembras! Observa y toma consejo sobre lo que son buenas cosechas. Esta vez los frutos de todos sí valdrán la pena, por muchos años tendrán bastante comida aunque no trabajen.

Pero llegó el tiempo de levantar las cosechas, y ante la sorpresa de todos los pobladores de la región, la vaina no tenía trigo, las naranjas estaban insípidas, las rosas carecían de aroma.
-¡Señor! –preguntó el granjero-. ¿Qué pudo haber pasado para que todo sucediera así?

-El error estuvo –contestó Dios- en que eliminaron los elementos naturales que dan la fuerza con la que germina y crece la semilla.
Los ventarrones, los truenos y los relámpagos son indispensables para madurar el alma de las cosechas. (Autor desconocido)

Esta ilustración se parece a nuestra vida. ¡Cómo nos quejamos cuando nos azotan las pruebas! Sin embargo, a través de la prueba madura nuestra vida, aumenta nuestra fe y aprendemos a valorizar cuánto Dios nos ama.

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1.2-4 RVR 1960)

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