Los cuatro grupos de oidores

7:12

Le tengo una buena noticia. La encontrará usted al final del segundo minuto. Entretanto, permítame decirle algo.
Los Domingos, en todo el mundo, leerán y escucharán el evangelio cientos de millones de personas en los templos. Sin embargo, tan enorme cantidad de gente se podría dividir en sólo cuatro categorías.
Primer grupo
Son los que están y no están. Su mente está tan distraída que no escuchan nada de lo que se lee o se habla en la misa. Y por supuesto, si no escuchan, mucho menos entienden.
Hay muchos muchachos (desde los 7 hasta los 100 años) en este grupo.
Segundo grupo
El segundo grupo está compuesto por personas de excelente “reacción rápida”. Ellos oyen la Palabra, les gusta y se alegran.
Pero esta misma noche usted les pregunta qué mensaje sacaron de la misa de hoy, y ya no recuerdan nada. En este grupo hay mucha gente “buena” (“buena gente”).
Tercer grupo
Las personas del tercer grupo escuchan y la entienden intelectualmente.
Ellos no tienen nada de tontos. Incluso salen con alguna idea y quizás con algún propósito. Pero son gente muy ocupada.
Mejor dicho, muy preocupada. Tienen muchos problemas. Muchos asuntos. Y cuando esos asuntos chocan con la Palabra, ellos no se atreven a optar por ésta, porque sus “asuntos” siguen ocupando el primer lugar.
Cuarto grupo
Finalmente las personas del cuarto grupo son las que escuchan el mensaje y lo entienden. Son las únicas que sacan beneficio. Son las únicas que aprovechan la Palabra de Dios para su propio bien y el de los que los rodean. Las únicas que acogen el reino de Dios.
La pregunta de hoy
¿Qué significa entender la Palabra de Dios? No significa analizarla detalladamente y poder entenderla y hasta explicarla con mucha claridad.
Esto está muy bien y es muy bueno que lo hagamos, pero si es sólo un entendimiento a nivel intelectual, quizás sólo nos sirva para creer que sabemos mucho.
El significado de entender, como lo hacen los del cuarto grupo, es experimentar el poder de esa palabra para transformarnos.
Tengo que preguntarme: ¿Estoy dispuesto a permitir que esa palabra divina cambie mis convicciones grabadas, intervenga en mi “disco duro” y me sane? Si respondo “sí” a esta pregunta (como hizo María), entonces podré detenerme confiadamente, hacer un silencio reverente y permitir que esa palabra penetre hasta el fondo de mi interior y realice la sanación que tanto necesito para tener ojos para ver y oídos para oír.
La voluntad de Dios es que yo sea feliz. El poder de curación está en la palabra, y el Señor asegura que si yo la acojo de esta manera, ella “no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Isaías 55, 11).
De todas formas, lo importante es saber que la fuerza está en la palabra misma, al igual que la vida está en la semilla. La tierra, o sea yo, sólo tiene que recibirla sin resistencia, y ella hará su efecto, transformando poco a poco mi vida en una existencia con sentido, y con frutos de paz, amor y alegría.
¡Ah! ¿Ya descubrió usted en qué grupo está?
Luis García Dubus

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