Sembrar para cosechar
0:29Una mujer soñó que estaba en una tienda recién inaugurada y para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador:
- ¿Qué vendes aquí? -le preguntó.
Dios le respondió:
- Todo lo que tu corazón desee.
Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, se decidió a pedir lo mejor que un ser humano puede desear: paz, amor, felicidad, sabiduría… Tras un instante de vacilación, añadió, pero no sólo para mí, sino para el mundo entero.
Dios se sonrió y le dijo:
- Creo que no me has comprendido. Aquí no vendemos frutos, únicamente vendemos semillas. Para sembrar una planta hay necesidad de romper primero la capa endurecida de la tierra y abrir los surcos. Luego, desmenuzar y aflojar los trozos que aún permanecen apelmazados para que la semilla pueda penetrar, y regar abundantemente para conservar el suelo húmedo y entonces… ¡esperar con paciencia hasta que germinen y crezcan!
De las misma forma en que procedemos con la naturaleza hay que trabajar con el corazón humano: arando la costra de la indiferencia que la rutina ha formado, removiendo los trozos de un egoísmo mal entendido, desmenuzándolos en pequeños trozos de gestos amables, palabras cálidas y generosas, hasta que con soltura, permitan acoger las semillas que diariamente podemos solicitar “gratis” en el almacén de Dios, porque ÉL mantiene su supermercado en promoción. Son semillas que hay que cuidar con dedicación y esmero y regarlas con sudor, lágrimas y a veces hasta con sangre, como regó Dios nuestra redención y como tantos han dado su vida y su sangre por otros, en un trabajo de fe y esperanza, de perseverante esfuerzo, mientras los frágiles retoños, se van transformando en plantas firmes capaces de dar los frutos anhelados.
.
0 comentarios