La mujer del autobus

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He oído que una anciana iba viajando en un autobús y estaba ansiosa, preocupada, preguntando continuamente qué parada era aquella. El desconocido que se sentaba a su lado le dijo: —Relájese, no se preocupe. El revisor anunciará las paradas y si se siente muy preocupada, puedo llamarle para que venga. Así usted le dice dónde quiere bajarse y él tomará nota. ¡Relájese!

El hombre llamó al revisor y la mujer le dijo: —Por favor, recuerde, no quiero perder mi parada. Tengo que llegar a un lugar muy urgentemente.

—De acuerdo —dijo el revisor—. Tomaré nota, aunque no hacía falta que me llamaran porque siempre anuncio las paradas. Pero tomaré nota y vendré a avisarle cuando llegue su parada. Pero relájese, ¡no esté tan preocupada!

La anciana sudaba, temblaba y parecía muy tensa. Y dijo: —Muy bien, anótelo, tengo que bajarme en la última parada, donde se acaba el recorrido del autobús.

Bien, y si se iba a bajarse en la última parada, ¿para qué preocuparse? ¿Cómo iba a saltársela? ¡No hay manera de saltarse la última parada! En el momento en que descansas, en el momento en que te relajas, sabes que la existencia ya está en marcha, moviéndose, alcanzado nuevas cumbres. Y tú eres parte de ello. No necesitas tener tus propias ambiciones.

Esto es relajación: descansar, abandonar los objetivos privados, abandonar la mentalidad de conseguir cosas, todas las proyecciones del ego. Y entonces la vida es un misterio. Tus ojos se quedarán maravillados; tu corazón se llenará de admiración.

No tenemos que convertirnos en algo; ya lo somos. Éste es todo el mensaje de los seres despiertos: que no tienes que conseguir nada, que ya te ha sido dado. Es el regalo de Dios. Ya estás donde deberías estar, no puedes estar en ninguna otra parte. No hay lugar adonde ir, nada que conseguir. Como no hay lugar donde ir y nada que conseguir, puedes celebrar la existencia. Entonces no hay prisa, no hay preocupación, no hay ansiedad, no hay angustia ni miedo a ser un fracaso. No puedes fracasar. Es imposible fracasar por la propia naturaleza de las cosas, porque la cuestión no consiste en triunfar, en absoluto.

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