Aprender a vernos

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¿Qué pasaría si por un momento en vez de emitir automáticamente un juicio hacia los demás sólo los observáramos?

Cuántos instantes al día perdemos de manera irreversible ante la presencia de otras personas, nublados, completamente ofuscados y cerrados, por lo que la mente, con su sistema reactivo de juicios emite como una gran pared que en automático nos separa y, peor aún, nos prepara para una batalla con los demás, por lo que consideramos incorrecto o reprobable. Es una pena. Es oro molido que se nos escapa de entre los dedos.

Estamos conectados como a una especie de computadora común que nos indica lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo deleznable, lo bonito y lo feo de quienes nos rodean. Nos perdemos en nuestras creencias como quien se pierde en un laberinto lúgubre sin salida y, así, nos coartamos una de las facetas más placenteras de la vida: encontrar en los otros seres un mundo dentro del mundo.

Si en vez de obedecer a esta inercia de juicio hacemos una pausa, respiramos y nos detenemos para cambiar de estado interior a una postura mental abierta, descansada y, sobre todo, libre y dispuesta a percibir en lugar de juzgar, algo importante puede suceder.

Probablemente descubramos que al ser que tenemos enfrente, que ya sea que llevemos un día, un mes o toda una vida de conocerlo, en realidad, no lo conocemos. Subirse a una montaña rusa o hacer deportes extremos es divertido y emocionante, pero abrirnos a este nivel de percepción resulta, se los aseguro, mucho más excitante y es la entrada a un verdadero lugar paradisiaco. Sobre to do si lo practicamos comenzando por el ser que vemos frente al espejo.

Es abordar una dimensión com pletamente nueva y fresca, es ver al ser propio y al de los demás con sus cambios y evoluciones, con lo que lejos de lo que quieren aparentar, es en su esencia más real.

Por eso es que tradiciones como la tolteca, a través de don Miguel Ruiz en la actualidad, nos recuerdan no hacer suposiciones de ninguna especie, porque si su ponemos –con nuestros juicios–, quiénes somos o quiénes son los demás; damos muerte a una de las fuentes de mayor deleite de la que podemos gozar como seres humanos: sencillamente percibir con aceptación.

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