Un minuto con Dios

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Todo tiende a renovarse: la flor que se marchita, cede el lugar a un nuevo capullo; la semilla que se pu­dre, produce nueva espiga; la noche que se cierra, pre­ludia nueva aurora; la muerte queda compensada con un nuevo nacimiento.

Y el hombre ha de renovarse también; sobre la des­trucción del hombre viejo del pecado ha de surgir el hombre nuevo de la gracia; hombre nuevo, que se ha de señalar estas metas: emerger del silencio, para ser el Verbo creador; gozar con el dolor del alumbramien­to, para ser el hombre-niño; deponer esclavitudes, para ser el hombre-libre; conquistar la realidad de su existir, para ser el hombre-nuevo.

Hay que mirar la vida con alegría, entristeciéndose y avergonzándose sólo del odio y no del amor; hay que encariñarse con el mundo y con la vida; hay que po­nerle multa al miedo y perseguir al pesimismo; hay que mirar siempre hacia las alturas, al azul del cielo y no deslizarse a ras de tierra.

“Habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe, siguiendo la se­ducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef, 4, 22-24).

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