Un minuto con Dios

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Ser un hombre íntegro es una meta que todos quisié­ramos alcanzar, y es que la integridad supone un pro­ceso de evolución que ya se ha recorrido antes de lle­gar a ella.

La integridad es el equilibrio de la autenticidad; el hombre íntegro, el hombre que tiene una personalidad definida y recia, es aquel que sabiendo bien lo que debe hacer, y saliéndole desde adentro, no se deja lle­var de las fluctuaciones circunstanciales.

Ser íntegro es no solamente caminar, sino caminar sabiendo hacia dónde se va; al fin y al cabo, cuando un hombre sabe a dónde va, el mundo se aparta para darle peso.

Ser íntegro es potenciar nuestra personalidad po­niéndola al servicio de los demás, pero viendo en ellos la imagen de Cristo, que nos lleva a Dios.

“Que el Dios de la paz os santifique plenamente y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Se­ñor Jesucristo” (Tes, 5, 23).

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