La Burra parlanchina

17:05

En su peregrinación por el desierto, los israelitas llegaron a los términos de Moab. Consigo traían la fama de las victorias sobre dos reyes poderosos: Sehón rey de los amorreos y Og rey de Basán. Los moabitas temieron mucho y por lo tanto enviaron mensajeros a Balaam, un profeta apóstata, para contratarlo a fin de que cumpliera la misión de maldecir a Israel. Balaam comprendió inmediatamente que esa misión no era del agrado de Dios, pero atraído por los ricos obsequios y ante la perspectiva de recibir muchos honores y de llegar a ser un héroe nacional para los moabitas, cedió a la tentación.

No obstante, Dios le reveló que no debía ir. Por segunda vez los moabitas le pidieron que lo hiciera, y le ofrecieron aún mayores regalos. Balaam, en vez despedirlos terminantemente, buscó algún pretexto para acompañarlos y ganar la recompensa. Esta vez Dios le dejó que fuese. Más tranquilo ahora, ya que Dios le había dado permiso, emprendió el viaje.

En el camino fue interceptado por un ángel del Señor. El asna en que viajaba, al ver el ángel, se apartó del camino, y por esa causa el noble animal recibió unos azotes. Por segunda vez el ángel se puso frente a Balaam, pero en ésta ocasión el asna, para evitar la espada del ángel, se pegó a la pared lastimando a su amo. Otra vez el animal recibió golpes. Más adelante el ángel se colocó en una angostura donde el asna no podía esquivarlo; por lo tanto, el animal se echó debajo de Balaam, y por tercera vez fue castigado.

En este punto de los acontecimientos sucedió algo insólito. El asna empezó a hablar, y protestó contra los repetidos castigos. Balaam, ofuscado por el enojo y por el temor de malograr las perspectivas de obtener riquezas, ni se dio cuenta de que por segunda vez en la historia del mundo un animal estaba hablando, y se puso como un niño a discutir con el asna. En esa discusión, el animal razonó mejor que Balaam, porque le formuló la siguiente pregunta: "¿No soy yo tu asna? Sobre mi has cabalgado desde que tú me tienes en este día; ¿he acostumbrado hacerlo así contigo?" Ante este razonamiento, Balaam, todo un profeta (aunque apóstata), solamente pudo contestar: "No".

Este es el único caso de la historia en que un animal discutió con un hombre y, además, le ganó la discusión.

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