Un minuto con Dios

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Vivimos en tiempos en que es preciso definirse, dar la cara sin actitudes vergonzantes, aunque sin necios alardes.

Luchar por defender las ideas en que creemos palpitar la realidad del mundo en que vivimos, decir que no a las actitudes pasivas o conformistas, a las medias tintas.

Definirse, actuar con rectitud y sin dobleces, más bien con transparencia y decisión: cumplir nuestra ac­tividad sin dramatismo, pero sin miedos inoperantes; dar un testimonio sencillo por sus maneras, pero firme por su permanencia y definido por su trasparencia.

Ser las manos que alivian, los ojos que orientan, los brazos que ayudan, las mentes que crean solucio­nes.

Sumergirse en el mundo, para cambiar sus estruc­turas injustas, creando nuevos ambientes que posibili­ten y faciliten la vida del mutuo amor.

“Deseamos que cada uno de vosotros manifieste has­ta el fin la misma diligencia para, la plena realización de la esperanza, de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas” (Heb, 6, 11-12).

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