¿Qué se puede decir del amor?

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“En El Capital, que pasa por ser un libro de una austeridad enojosa y que abunda, sin embargo, en observaciones zumbonas, Karl Marx escribe que hay dos cosas que tuvieron, en todo tiempo, la propiedad de hacer disparatar a los hombres: el amor y la naturaleza de la moneda.

Desgraciadamente para nosotros, la continuación habla menos de amor que de moneda, pero se puede extraer de la observación de Marx que se impone una gran prudencia cuando se trata de amor y que, al fin de cuentas, más valdría no hablar de él.

El amor es irracional y, además, ilógico, puesto que puede comenzar sin razón y terminar sin motivo. ¿Por qué Romeo ama a Julieta, por qué limeña pasa por encima del cadáver de su padre para reunirse con su asesino? No hay respuesta para esta clase de preguntas. La palabra ‘amor’ abarca, por otra parte, una infinidad de impulsos, de instintos, de sentimientos a veces contradictorios, sin hablar de las diversas formas de pasión que cubre generosamente.

Lo mejor es atenerse a la definición que Voltaire da de él en su Diccionario filosófico: “El amor es ante todo el contacto de dos epidermis”.

Todo lo que se puede añadir a esa constatación realista no hace más que manifestar la insuficiencia de nuestro vocabulario, el cual no dispone de una palabra para designar el impulso que lleva a dos seres el uno hacia el otro, la relación entre la madre y el hijo, el gusto por la pintura o por la salsa a la pimienta.

 La sabiduría querría que se empleara esta palabra con mucha economía, después de haber convenido en que no tenía sentido inteligible, pues, como decía Spinoza, “lo que una palabra gana en extensión, lo pierde en coríiprensión”.
Sin embargo, nadie duda de que el amor existe.

Si bien Voltaire tenía un enorme talento, no tenía genio: constantemente se ve traicionado por la extraordinaria mediocridad de su poesía, y por la pobreza de algunos de sus pensamientos. El que se acaba de citar es una expresión irónica de una inteligencia incapaz de elevarse hasta la belleza, y que intenta envilecer lo que no puede alcanzar.

El siglo XVIII de Voltaire hizo sufrir a la palabra “amor” las más horribles deformaciones, llegando hasta a aplicar su nombre a las prácticas más deshonrosas, y el antifaz de terciopelo que se llevaba habitualmente en las “fiestas galantes” no ocultaba un rostro, sino una cabeza de muerto.

La filosofía libertina del siglo niega la imagen de Dios que hay en el hombre, y se esfuerza por probar que tal imagen no existe exasperando la sensualidad con frialdad y minuciosidad, hasta el punto donde se une muy exactamente con la del romano que observaba, con un innoble estremecimiento, las entrañas del cristiano desparramadas por las zarpas de los animales en la arena del circo.

 La literatura erótica de fines del siglo XVIII provoca todavía la admiración de los mediocres artistas de la actualidad, que agotan los débiles recursos de su arte para componer novelas cuyos personajes, reducidos a sus funciones animales, desaparecen página tras página y no dejarán jamás un nombre en ninguna memoria.

La observación de Spinoza es justa. Es verdad que una gota de vino diluida en un litro de agua pierde todo su valor, y que una palabra pierde el suyo al designar demasiadas cosas. Pero se verá en la siguiente pregunta que la palabra “amor” no tiene más que un sentido, y no es adecuada propiamente más que para una sola persona.

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