Un minuto con Dios
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Para amar a los otros, hay que comprenderlos; pero es que no llegaremos a comprenderlos nunca si previamente no los amamos.
Comprenderlos no es llegar a conocerlos y aun a ubicarlos conceptualmente con el entendimiento; en esta ciencia de la vida nos enfrentamos con la paradoja de que el conocimiento y la comprensión del prójimo es obra del corazón más que del entendimiento.
El corazón tiene razones que el entendimiento no alcanza a comprender; tú eres demasiado cerebral; por eso te resulta tan difícil llegar a amar, ya que solamente quieres amar a aquel a quien juzgas, a aquel a quien juzgas con tu mente que no tiene defectos, que es digno de tu amor, que sabrá corresponder al afecto que tú le brindes.
Mucha cabeza y, por eso, poco corazón; y se ama con el corazón y no con la cabeza.
Comienza amando de veras y las cosas y las personas serán vistas y comprendidas más fácilmente.
“Bendecid a los que os persiguen; no maldigáis. Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez… Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien a todos los hombres; en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres” (Rom, 12, 14-18).
Comprenderlos no es llegar a conocerlos y aun a ubicarlos conceptualmente con el entendimiento; en esta ciencia de la vida nos enfrentamos con la paradoja de que el conocimiento y la comprensión del prójimo es obra del corazón más que del entendimiento.
El corazón tiene razones que el entendimiento no alcanza a comprender; tú eres demasiado cerebral; por eso te resulta tan difícil llegar a amar, ya que solamente quieres amar a aquel a quien juzgas, a aquel a quien juzgas con tu mente que no tiene defectos, que es digno de tu amor, que sabrá corresponder al afecto que tú le brindes.
Mucha cabeza y, por eso, poco corazón; y se ama con el corazón y no con la cabeza.
Comienza amando de veras y las cosas y las personas serán vistas y comprendidas más fácilmente.
“Bendecid a los que os persiguen; no maldigáis. Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez… Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien a todos los hombres; en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres” (Rom, 12, 14-18).
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