Un minuto con Dios

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Todos aborrecemos la guerra y somos partidarios de la paz; pero una cosa es ser partidario de la paz, y otra ser constructor de la paz, difusor de la paz.

Queremos la paz en el mundo, pero será imposible implantar la paz en el mundo si primero no reina la paz en nuestra patria; y la paz en la patria se funda­menta en la paz de los hogares; pero es utópico pre­tender la paz en la familia si cada uno de nosotros no goza de paz en su interior.

Solamente el hombre que es pacífico consigo mismo será pacífico con los demás.

Y para ser pacífico, es preciso ser un hombre de buena voluntad, pues solamente a los hombres de bue­na voluntad se ha prometido la paz.

Pero no olvidemos que no podemos ser hombres de buena voluntad si no somos hombres de Dios, si no cumplimos siempre y en todo la voluntad de Dios.

“¿De dónde proceden las guerras y las contiendas en­tre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? ¿Codiciáis y no poseéis? Matáis. ¿Envidiáis y no podéis conseguir? Combatís y hacéis la guerra” (Sant, 4, 1-2).

Si asi eran aquellos primeros cristianos, los de ahora no somos mucho mejores, no hemos adelantado gran cosa; y si el cristiano no es pacifico, el mundo no puede tener paz.

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