No tiene fin, ese circulo dañino que espera aniquilarme, no por sus autores a los que trato de justificar muchas veces, pero que tanto daño me hacen.

No tiene fin, el dolor guardado y acrecentado con cada espina clavada, por la lengua mal ávida y crecida con la paciencia que otorga el tiempo transcurrido.

No tiene fin, el dolor que traspasa hasta la fibra más íntima de mi cerebro, al recordar cada momento de degradación sufrido, no en el cuerpo, más bien en el alma y sí anulando la esencia humana.

No tiene fin, la desesperanza creada por cada burla a la fortaleza y esperanza fallida, gracias a la ignorancia del que se cree mejor por sus diferencias creadas.

No tiene fin, el cansancio surgido de una larga jornada imitada si acaso, por aquellas batallas batidas en la mejor de las plazas, donde nuestro adversario tiene diferencias históricas.

Pienso entonces, ¿Tiene algún fin seguir luchando por tratar de recibir lo mejor del universo, o es que acaso no lo merezco?

Dime Dios, ¿qué debo hacer para tener un lugar apacible en este espacio del tiempo otorgado a una existencia a la que fui llamada, involuntariamente, y que deseo disfrutar?

Dios, otórgame la sabiduría de asimilar lo exterior a mi ser y acrecentar lo que a mi espíritu fortalecerá y dame pasión para defender la vida que tan graciosamente me ha sido otorgada.