Un minuto con Dios

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Si abrimos la Biblia en su primera página, encontra­mos aquella afirmación sobre el origen del hombre:

“Dios le inspiró en el rostro un aliento de vida.”

Eso es el hombre, nada más que eso, pero nada me­nos que eso: un aliento de Dios, un algo de Dios, algo vital corno es el aliento.

El hombre lleva en sí un poco del calor de Dios, de ese calor que es fecundo y que da vida.

Pero si es calor de Dios, ¿por qué no se convierte en llama que encienda cuanto alrededor suyo se halle?

Si es calor de Dios, ¿por qué va esparciendo frío en sus relaciones, frío de resentimientos, frío de hostilidades, frío de egoísmos?

No está llamado a ser témpano, sino fuego; donde hay témpanos, hay frío; donde hay frío, no hay vida. En cambio donde hay fuego, hay calor, y donde hay calor surge en el acto la vida.

”Tu Espíritu bueno les diste para instruirles. . . Ellos de nuevo gritaban hacia Ti y Tú escuchabas des­de el cielo; muchas veces por ternura los salvaste. . . Tuviste paciencia con ellos durante muchos años, les advertiste por tu Espíritu… en tu inmensa ternura no los acabaste, no los abandonaste, porque eres Tú, Dios clemente y lleno de ternura” (Neh, 9, 20, 31).


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