Un minuto con Dios

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Seguramente hoy habrás almorzado y habrás cenado y al levantarte de la mesa, los tuyos te habrán deseado
“¡Buen provecho!”

Pero ¿has pensado que a muchísimos hombres, hermanos tuyos, en el día de hoy no se les ha podido desear buen provecho, por la sencilla razón de que no han almorzado ni han cenado?

Decirles a ellos “¡Buen provecho!” sonaría a sarcasmo, porque pertenecen al desnutrido ejército de los hambrientos.

Es triste constatar que nuestra sociedad gasta más millones en armas para la muerte, que en alimentos para la vida.

No le echemos la culpa a Dios, no pensemos en disminuir el número de los invitados a la mesa de la vida; Dios ha dotado a nuestro planeta de medios más que suficientes para hacer desaparecer el hambre; somos nosotros los egoístas con los hermanos más necesitados y, cuando se nos pide una ayuda o limosna, todavía la negarnos o, si la damos, lo hacemos con un dejo de autosuficiencia, cuando no de alta generosidad.

La proyección de tu fe y de tu bautismo hacia el compromiso temporal no puede ser olvidada o descuidada por ningún motivo; y esto no sólo por caridad, sino por justicia; el vaso de agua dado al sediento por caridad, es algo ofrecido a Dios, pues
“cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt, 25, 40).

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