Un minuto con Dios

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No hace mucho se conoció y difundió una canción que llevaba este título: Vivo cantando.

Y no está mal, porque la vida tiene que ser un canto, así como el canto debe tener vida.

Desde luego, que cada uno de nosotros elige el tono de la canción de su vida: el tono triste menor de la endecha, o el tono mayor de la alegría. Los que eligen el tono lúgubre de la queja:
“¡Qué mal está el mundo!”, “¡Cada vez vamos peor!”, “Dónde vamos a parar!”, están difundiendo a su alrededor el pesimismo, el derrotismo.

Hay que preferir el sostenido al bemol: la alegría, el entusiasmo, la fe, la esperanza, la caridad.

Hay que vivir cantando, desparramando a nuestro alrededor las notas del jilguero y no el chirriar del gorrión; disipando sombras y no amontonando nubes; proyectando haces de luz y no hundiéndonos en las tinieblas.

Porque debe ser cosa muy triste caminar por las tinieblas, sin saber ni dónde nos hallamos ni a dónde vamos.

Cristo es la luz que ilumina y es el camino que debemos seguir para no extraviarnos.

“Venid a mi todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt, 11,28).

    Con una santa alegría,
    alejando cobardías,
    llevaremos a tu Reino
    a nuestra nación querida.

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