Un minuto con Dios

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El hombre es como un inmenso pulmón, sediento siempre de oxígeno, como un inmenso corazón hambriento siempre de sangre; el oxígeno, la sangre que el hombre ansia es la felicidad.

A veces buscamos la felicidad fuera de nosotros mismos y nos equivocamos lamentablemente, pues la felicidad está dentro de nosotros y la construimos nosotros mismos.

Nuestra felicidad es la consecuencia de la que hemos procurado a otros; tal vez sepa algo de esto la madre que sonríe feliz ante la cama de su hijo dormido, después de un día de trabajo por él.

No tenemos derecho a gozar de la felicidad, si no la creamos en torno nuestro; como no lo tenemos a disfrutar de la riqueza, si no la producimos.

Nuestra principal tarea en esta vida es ser felices; así lo quiere Dios; pero el camino más corto y más seguro para serlo, es hacer felices a los demás, pues no hay más que una manera de ser felices, y es hacer felices a los demás.

La felicidad comienza con “fe”; la fe será, pues, la condición indispensable de una profunda y permanente felicidad.

“El temor del Señor recrea el corazón, da contento y regocijo y largos días; para el que teme al Señor, todo irá bien al fin, en el día de su muerte se lo bendecirá” (Eccli, 1, 12-13).

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