Un minuto con Dios

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No es posible prescindir de la cruz en la vida; pero no nos engañemos en imaginar cruces raras; la cruz toma la forma de mil y mil circunstancias diarias en nuestra vida.

El cumplimiento de nuestros múltiples deberes suele ser cruz que gravita sobre nuestros hombros; la fiel ejecución de nuestras obligaciones familiares, profesionales o ciudadanas; la práctica sincera del amor a todos, aun a los que no nos resultan simpáticos; la puesta al servicio de los demás, aun a costa de nuestra propia incomodidad, para que los demás estén y se sientan cómodos; la aceptación de las cosas molestas que nosotros no buscamos, pero que nos vinieron solas, sin saber de dónde ni por qué; todo eso constituye frecuentemente una cruz pesada, o no, pero al fin una cruz.

Feliz aquel que sufre y sabe para qué sufre; feliz quien sufre para que los otros sufran menos.

La verdadera cruz cristiana tiene como trazo vertical la tensión hacia el cielo y como trazo horizontal el esfuerzo continuo por mejorar la tierra.

Triste es sufrir; mucho más triste es no saber sufrir; el cristiano conoce que debe sufrir con Cristo y por aquellos que fueron redimidos por Cristo.

“Por sus desdichas justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará” (Is, 53, 11).

Siervo de Dios es Cristo, pero es también el cristiano, que participa de la misión redentora de Cristo.

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