Un minuto con Dios
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Para los cristianos hay un libro que es la expresión de toda su fe: el Evangelio.
Pero con el Evangelio no se puede jugar a las margaritas:
“Evangelio, sí; Evangelio, no; Evangelio, ahora sí, Evangelio, ahora no”.
Al Evangelio no se le pueden subrayar páginas o frases; todo el Evangelio en su integridad ha de ser subrayado, porque todo él ha de ser vivido en toda su plenitud, en toda dimensión, en todas sus variadas vertientes y aplicaciones vitales.
Se ha escrito un libro con el título de Evangelios molestos; es que, si nos ponemos a vivirlo en toda su plenitud, todo el Evangelio es molesto, por la sencilla razón de que para cumplirlo debemos esforzarnos, negarnos y siempre resulta molesto, negarse a sí mismo y a sus gustos y conveniencias.
El Evangelio no pasó “en aquel tiempo”, sino que debe pasar “en este tiempo”; no se predicó “para aquellas gentes”, sino que se predica “para nosotros”.
El Evangelio no se nos puede caer de las manos; hay que hacer de él “una constante revisión de vida”, hasta llegar a “ver, juzgar y actuar” según sus normas y su espíritu.
“Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Jn, 6.9 63).
Pero cada uno de nosotros tiene que hacer que las palabras del Señor sean vida de su vida.
Pero con el Evangelio no se puede jugar a las margaritas:
“Evangelio, sí; Evangelio, no; Evangelio, ahora sí, Evangelio, ahora no”.
Al Evangelio no se le pueden subrayar páginas o frases; todo el Evangelio en su integridad ha de ser subrayado, porque todo él ha de ser vivido en toda su plenitud, en toda dimensión, en todas sus variadas vertientes y aplicaciones vitales.
Se ha escrito un libro con el título de Evangelios molestos; es que, si nos ponemos a vivirlo en toda su plenitud, todo el Evangelio es molesto, por la sencilla razón de que para cumplirlo debemos esforzarnos, negarnos y siempre resulta molesto, negarse a sí mismo y a sus gustos y conveniencias.
El Evangelio no pasó “en aquel tiempo”, sino que debe pasar “en este tiempo”; no se predicó “para aquellas gentes”, sino que se predica “para nosotros”.
El Evangelio no se nos puede caer de las manos; hay que hacer de él “una constante revisión de vida”, hasta llegar a “ver, juzgar y actuar” según sus normas y su espíritu.
“Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Jn, 6.9 63).
Pero cada uno de nosotros tiene que hacer que las palabras del Señor sean vida de su vida.
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