Un minuto con Dios
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A veces el sol se oculta tras los celajes de las nubes; en la vida a veces se oculta la alegría tras los nubarrones de las preocupaciones.
Pero no debes olvidar que aun cuando el sol está oculto, brilla límpidamente arriba de las nubes; así tú, sobre tus preocupaciones y problemas, debes conservar siempre la calma, que posibilitará el brillo del sol de la alegría en tu vida.
Siempre debes reservar en tu corazón un lugar en el que no permitas penetrar la turbación o el tedio; ése debe ser tu lugar sagrado en el que no penetren sino la paz, la serenidad, la tranquilidad, en una palabra: Dios.
Sí, porque Dios es eso: paz, tranquilidad y bienestar.
En cambio, el mal es siempre tormenta, nubarrón, rayo devastador y trueno amedrentador, tristeza enervante, desaliento que llega a secar las fuentes de la vida, el dinamismo de la actividad creadora.
“Señor, dueño de tu fuerza, juzgas con moderación y nos gobiernas con extremada indulgencia, porque con sólo quererlo, lo puedes todo” (Sab, 12, 18).
“Para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador” (I Tim, 2, 2).
Pero no debes olvidar que aun cuando el sol está oculto, brilla límpidamente arriba de las nubes; así tú, sobre tus preocupaciones y problemas, debes conservar siempre la calma, que posibilitará el brillo del sol de la alegría en tu vida.
Siempre debes reservar en tu corazón un lugar en el que no permitas penetrar la turbación o el tedio; ése debe ser tu lugar sagrado en el que no penetren sino la paz, la serenidad, la tranquilidad, en una palabra: Dios.
Sí, porque Dios es eso: paz, tranquilidad y bienestar.
En cambio, el mal es siempre tormenta, nubarrón, rayo devastador y trueno amedrentador, tristeza enervante, desaliento que llega a secar las fuentes de la vida, el dinamismo de la actividad creadora.
“Señor, dueño de tu fuerza, juzgas con moderación y nos gobiernas con extremada indulgencia, porque con sólo quererlo, lo puedes todo” (Sab, 12, 18).
“Para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador” (I Tim, 2, 2).
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