Un minuto con Dios
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Es muy común dividir la humanidad en dos grupos: los buenos y los malos.
Sería interesante que analizaras en qué grupo te pones a ti mismo, como también instintivamente colocamos a los otros entre los malos.
Nos sentimos mejores de lo que somos y, por el contrario, juzgamos a los otros peores de lo que son; pensamos que los otros tienen que cambiar, mientras que nosotros no tenemos ni de qué, ni por qué cambiar.
Pero será bueno que te detengas a pensar: ¿cómo sería el mundo, si todos fueran como tú?
Deberás analizarlo con toda sinceridad; no seas tan fácil en darte a ti mismo el certificado de buena conducta, siendo como eres tan rígido y exigente en dárselo a los que te rodean; no sea que Dios te invierta los papeles y te juzgue a ti con la exigencia con la que tú juzgas a los demás.
No juzguéis y no seréis juzgados; con la misma medida con que mediereis seréis medidos; norma justísima establecida por Cristo para los suyos.
“No tienes excusa, quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas, que tú juzgas” (Rom, 2,1).
Nuestra vida, aunque humana,
Cristo ya divinizó;
y con El por todo el mundo
vamos difundiendo amor.
Sería interesante que analizaras en qué grupo te pones a ti mismo, como también instintivamente colocamos a los otros entre los malos.
Nos sentimos mejores de lo que somos y, por el contrario, juzgamos a los otros peores de lo que son; pensamos que los otros tienen que cambiar, mientras que nosotros no tenemos ni de qué, ni por qué cambiar.
Pero será bueno que te detengas a pensar: ¿cómo sería el mundo, si todos fueran como tú?
Deberás analizarlo con toda sinceridad; no seas tan fácil en darte a ti mismo el certificado de buena conducta, siendo como eres tan rígido y exigente en dárselo a los que te rodean; no sea que Dios te invierta los papeles y te juzgue a ti con la exigencia con la que tú juzgas a los demás.
No juzguéis y no seréis juzgados; con la misma medida con que mediereis seréis medidos; norma justísima establecida por Cristo para los suyos.
“No tienes excusa, quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas, que tú juzgas” (Rom, 2,1).
Nuestra vida, aunque humana,
Cristo ya divinizó;
y con El por todo el mundo
vamos difundiendo amor.
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