Un minuto con Dios

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Cuando debes hacer un viaje, te preocupas con es­mero de todos los detalles, piensas en todas las posibi­lidades, prevés todas las circunstancias y te provees para todas ellas; es decir, prevés y provees.

Y cuanto más largo y complicado el viaje, mayores son tu preocupación y tus preparativos, porque un des­cuido podría resultar más molesto o de más fatales consecuencias.

¿Has pensado en preparar cuanto necesitas para este viaje, que ya estás realizando, del tiempo a la eterni­dad, de la tierra al cielo?

Es el viaje que más te interesa, el que mayores con­secuencias puede reportarte.

Sé prudente, sé previsor, no te expongas, asegúrate en lo posible; porque de ese viaje ya no se vuelve, es un viaje sin retorno.

“Alégrate, joven, en tu juventud, ten buen humor en tus años mozos; vete por donde te llevé el corazón y a gusto de tus ojos…” ésta es la máxima que el mundo silba a los oídos de los jóvenes y de los adul­tos; pero a continuación el Espíritu Santo puntualiza: “pero a sabiendas de que por todo ello te emplazará Dios a su juicio” (Eccle, 11, 9).

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